Queridos amigos:
He estado bastante tiempo alejada de este espacio. Y me di cuenta de que fui muy descortés al “irme” sin más, sin dar explicaciones, cuando en estos días he recibido un correo de Fonsilleda, que me dice que me extraña. ¡Me partió el corazón de ternura! Eres un encanto querida amiga viguense.
Es que cada día me decía que “algo” iba a escribir, pero últimamente armar una frase me resulta una tarea poco menos que imposible, pues nada surge de mi cabeza desganada. Para mí escribir fue siempre una tarea agradable, terapéutica si se quiere, pero hace un tiempo demasiado largo que ya no me llama sentarme a armar ni siquiera un par de frases.
También leer me cuesta, pues empiezo un libro y a las 20 páginas me aburro (aunque sea el más amado de mis escritores), me pongo ansiosa por saber cómo termina y lo dejo. Es una cuestión mía ésta de estar bien solamente donde no estoy.
Me siento inmigrante de mí misma, después de ser inmigrante de dos países.
“Estás morriñenta”, me dijo una amiga que conoce muy bien las vibraciones de mi alma. Es que hay días, ciclos, tiempos, en que el alma de un inmigrante se escucha desafinada porque más que nunca está en procura de la mitad de su acorde. En mi caso esa mitad es mi tierra gallega.
Termino de darme cuenta que escribí, cuando ni siquiera lo pensaba.
Será hasta la próxima, cuando sea…
¡Gracias Fonsilleda, querida amiga!!!!
De mis siembras y cosechas quiero dejar testimonio por estas páginas. A ver qué sale....
lunes, 13 de septiembre de 2010
lunes, 17 de mayo de 2010
Día das Letras Galegas
Co permiso dos habituais lectores castelán falantes deste blog, hoxe quero homenaxear ás letras galegas, e como non podería ser doutra maneira fágoo na miña lingua nai, a primeira que falei e a primeira que escoitei cando abrín os ollos ao marabilloso mundo de Península do Salnés (Pontevedra) un día de hai uns cantos anos. Tamén foi a lingua coa que crucei o Atlántico rumbo á emigración, e a que sigo falando e escribindo, pois forma parte da miña identidade.
Tamén quero homenaxear a Uxío Navoneyra, o bardo de O Courel, a quen este ano a Real Academia Galega adícalle o día da nosa lingua. Sen dúbida Navoneyra é un profeta da súa (nosa) terra e a ela e á súa paisaxe dedicoulle o berce das súas letras. Oxalá a lingua galega siga medrando no pobo, que é alí onde naceu, onde viviu e onde vivirá, sen importar o que digan os agoireiros.
Oxalá as letras galegas se convertan cada vez máis no libro galego.
Oxalá hoxe sexa un día de festa en toda Galicia e nos infinitos recunchos do mundo onde os galegos exercemos de galegos, orgullosos da nosa terra e da nosa fala, agarimosa lingua feita para o amor e a lírica.
viernes, 14 de mayo de 2010
Nada
Estoy melancólica, o algo así.
Decía Víctor Hugo que la melancolía es el placer de sentir tristeza. Pero yo no me siento triste, ni tampoco alegre, ni bien ni mal.
Ciclotímica, abúlica, descorazonada, así me siento. Me importa todo y no me importa nada, de nada.
Quizá me invadió la vagancia, la desidia, la apatía, dejadez, negligencia, desgana, holgazanería... Todos sinónimos de lo mismo: no tengo ganas de hacer NADA. Excepto sentir, ver, palpar cómo las horas se escurren como si fueran segundos, transformándose en días que no van a ningún lado.
Deambular por el tiempo sin rumbo ni propósito, así ando yo en esta ¿etapa?
Si solo es una etapa en el camino, mi camino, como creo que es, pasará más tarde o más temprano. Lo que me preocupa es sentir que “estoy perdiendo el tiempo”. ¿O será que en nuestro camino hay una cuota de tiempo solo para dejarlo ir sin más, para mirar pasar el tren sin importar quien baja o quien sube, ni de donde viene o a donde va?
Quiero pensar que algo aprenderé de esto que me pasa, pero aún no acierto a saber qué es. Ni tampoco me importa ¿o sí?
martes, 4 de mayo de 2010
Hay días...
Hay días que anuncian felicidad y esperanza en los tejados del alma.
Hay días con abrazos a traición, largos y apretaditos, cuando menos los espero.
Hay días que al visitar los sueños que habitan los arrabales de mis desvaríos, decido seguir soñando.
Hay días que tu recuerdo araña mi piel lentamente, perdidamente, corazón, aunque estés a mi lado.
Hay días que doy fe que existen los abedules, las almas buenas y la incandescente curiosidad de tus ojos de almendra.
Hay días que procuro poesía debajo de las piedras, debajo de tu piel, debajo de mi memoria condenada a invocarte.
Hay días que me emborracho sin emborracharme, pensándote, corazón, bebiéndote y pensándote.
Hay días con abrazos a traición, largos y apretaditos, cuando menos los espero.
Hay días que al visitar los sueños que habitan los arrabales de mis desvaríos, decido seguir soñando.
Hay días que tu recuerdo araña mi piel lentamente, perdidamente, corazón, aunque estés a mi lado.
Hay días que doy fe que existen los abedules, las almas buenas y la incandescente curiosidad de tus ojos de almendra.
Hay días que procuro poesía debajo de las piedras, debajo de tu piel, debajo de mi memoria condenada a invocarte.
Hay días que me emborracho sin emborracharme, pensándote, corazón, bebiéndote y pensándote.
lunes, 26 de abril de 2010
La Feria del Libro y la intolerancia
Hoy me siento triste, decepcionada, angustiada. Quisiera tomar el primer vuelo intergaláctico y huir de este podrido mundo, vacío de cordura.
Si después de esta introducción los seres sensibles no quieren seguir leyendo, los entenderé, de verdad.
El viernes pasado fui a la Feria del Libro de Buenos Aires, convencida de pasar unas horas agradables recorriendo los stands y hojeando libros. A las 18 horas me dirigí al stand de la Xunta de Galicia para asistir a la firma de ejemplares del escritor gallego Xosé Carlos Caneiro. De sus libros elegí la novela “Ámote” (Te amo), que me dedicó con esa forma tan especial que tiene de escribir, y que tanto me gusta.
Luego seguí recorriendo la feria y escandalizándome de los precios abusivos de los libros, pero mucho más me escandalicé cuando desde una de las salas salió una turba de gente gritando y a los empujones, que me dejó paralizada, lo mismo que a los incautos que habíamos pagado nuestra entrada para asistir a un evento cultural… y solo cultural.
Se trataba de lo que pretendió ser una presentación más en la Feria del Libro y se convirtió una batalla de agresiones, insultos e interrupciones, que impidieron a la médica cubana Hilda Molina presentar su obra. Aquí también, pensé como si ese lugar fuera el templo del pensamiento plural y elevado, donde los intolerantes, ofensivos y ridículos no tuvieran cabida. Qué ingenua soy, viviendo como vivo en un país y en un mundo atravesado por la violencia.
Llegué a mi casa decepcionada y triste, pero todavía me faltaba escuchar que ayer domingo se produjeron graves incidentes en la Feria cuando se presentaba Indek: historia íntima de una estafa, del periodista Gustavo Noriega. Un grupo de inadaptados, que se identificó como defensor del gobierno nacional, interrumpió el acto y todo terminó con trompadas, sillas volando, gente en el piso, dos detenidos y un integrante de la Seguridad de la Feria herido.
Los libros pueden ser motivo de debate, pero hay gente que lo confunde con combate, que suena parecido pero es bien distinto: se debate con la palabra y se combate a las trompadas y a los sillazos, en el mejor de los casos.
Para poner un poco de amor en esta nota les dejo la tapa del libro de Caneiro, que me inspira.
Si después de esta introducción los seres sensibles no quieren seguir leyendo, los entenderé, de verdad.
El viernes pasado fui a la Feria del Libro de Buenos Aires, convencida de pasar unas horas agradables recorriendo los stands y hojeando libros. A las 18 horas me dirigí al stand de la Xunta de Galicia para asistir a la firma de ejemplares del escritor gallego Xosé Carlos Caneiro. De sus libros elegí la novela “Ámote” (Te amo), que me dedicó con esa forma tan especial que tiene de escribir, y que tanto me gusta.
Luego seguí recorriendo la feria y escandalizándome de los precios abusivos de los libros, pero mucho más me escandalicé cuando desde una de las salas salió una turba de gente gritando y a los empujones, que me dejó paralizada, lo mismo que a los incautos que habíamos pagado nuestra entrada para asistir a un evento cultural… y solo cultural.
Se trataba de lo que pretendió ser una presentación más en la Feria del Libro y se convirtió una batalla de agresiones, insultos e interrupciones, que impidieron a la médica cubana Hilda Molina presentar su obra. Aquí también, pensé como si ese lugar fuera el templo del pensamiento plural y elevado, donde los intolerantes, ofensivos y ridículos no tuvieran cabida. Qué ingenua soy, viviendo como vivo en un país y en un mundo atravesado por la violencia.
Llegué a mi casa decepcionada y triste, pero todavía me faltaba escuchar que ayer domingo se produjeron graves incidentes en la Feria cuando se presentaba Indek: historia íntima de una estafa, del periodista Gustavo Noriega. Un grupo de inadaptados, que se identificó como defensor del gobierno nacional, interrumpió el acto y todo terminó con trompadas, sillas volando, gente en el piso, dos detenidos y un integrante de la Seguridad de la Feria herido.
Los libros pueden ser motivo de debate, pero hay gente que lo confunde con combate, que suena parecido pero es bien distinto: se debate con la palabra y se combate a las trompadas y a los sillazos, en el mejor de los casos.
Para poner un poco de amor en esta nota les dejo la tapa del libro de Caneiro, que me inspira.
El amor, ese bálsamo, medicina, bálsamo, medicina.
¡Cómo te quiero! A ti, quien seas. A ti, amor. Amor.
¡Cómo te quiero! A ti, quien seas. A ti, amor. Amor.
lunes, 19 de abril de 2010
¡Socorro! Mi dentista está estresado
Nadie elije cómo se siente o cómo y cuándo le salta el automático. Sin embargo algo debe ocurrir cuando a un señor profesional, de exquisita educación y amabilidad, en correcto uso de sus facultades mentales se le sube la pólvora al tejado y se convierte en un ser desquiciado.
Así encontré a mi dentista cuando llegué puntualmente a su consultorio. “El doctor está ¡muy!!! retrasado con los horarios”, me dijo a modo de saludo la asistente. Así debía ser pues la sala de espera estaba llena de caras largas y ansiosas, contrario a lo habitual. Muy bien, pensé resignada. Nada ni nadie logrará alterar el control de mis emociones, por lo menos por hoy. Esperaré en compañía del libro que llevo en el bolso como apoyo logístico para tales circunstancias.
Eran las 6 de la tarde de una jornada caótica en la sufrida Ciudad de Buenos Aires y para mi satisfacción había logrado escaparle a la locura cotidiana. Sin embargo, me era difícil concentrarme en la lectura mientras la mujer que tenía enfrente pasaba las páginas de una vieja revista como si quisiera pulverizarlas, un joven hablaba por el móvil como si el otro fuera sordo, y dos señoras despellejaban a una tercera (la turra, según ellas), sin miramiento alguno.
Después de casi una hora larga de espera me toca el turno.
—Hola Carmen, ¿cómo estás? A mí ni me preguntes porque podría subirme por el obelisco solamente valiéndome de mi rabia.
—Es un día difícil.
—¿¡Un día!? Por favor, todos los días son difíciles, insoportables en esta ciudad anárquica, desquiciada. Abrí la boca… Te voy a tener que anestesiar. Ojalá pudiera anestesiar por 50 años a esa turba de vagos que inundan las calles.
Obedezco la imperativa orden mientras miro su cara contraída encima de la mía y la jeringuilla en su mano apuntándome. Mientras la anestesia va penetrando en mi encía cierro los ojos e intento relajarme, om om om. Es difícil, el nerviosismo de él se siente en el aire mientras yo intento sostener el mío para que no suelte amarras.
—¡Tres horas estuve dando vueltas con el coche, ¡¡¡tres horas!!! intentando sortear los piquetes que rodean la capital. Y la gente aquí esperándome. Pero lo tenemos merecido ¿no te parece?
—Hummjamnm
—Abrí grande la boca, más grande Carmen por favor!!
—Ajajaaahumm #$%#
Cerré los ojos y puse a funcionar todos mis métodos de relajación en cuanto el torno comenzó a silbar dentro de mi boca y la boca del dentista no cejaba en sus quejas y denuestos a granel.
—¿Vos te das cuenta en qué país vivimos? No se puede trabajar, ni salir, ni llegar a tu casa tranquilo. ¡Esto no se aguanta más!
—%&$”?&/%&/()%$!
Mi cuello se tensa, las manos me sudan y abro los ojos para fulminarlo con la mirada, pero él ni se entera, hasta que termina. Entonces, con media cara dormida al fin puedo gritarle con todas mis ganas contenidas.
—¿Por qué me haces preguntas cuando sabes que no te puedo contestar? ¿Por qué arruinaste mi día? ¿Por quéeeeeeeeeeee? ¡Eres un piquetero de la odontología!
Me fui dando un portazo. Aún me faltaba un buen trecho para llegar a mi casa y mis propósitos de tener una jornada serena y en equilibrio naufragaron en el consultorio de mi dentista… estresado.
Así encontré a mi dentista cuando llegué puntualmente a su consultorio. “El doctor está ¡muy!!! retrasado con los horarios”, me dijo a modo de saludo la asistente. Así debía ser pues la sala de espera estaba llena de caras largas y ansiosas, contrario a lo habitual. Muy bien, pensé resignada. Nada ni nadie logrará alterar el control de mis emociones, por lo menos por hoy. Esperaré en compañía del libro que llevo en el bolso como apoyo logístico para tales circunstancias.
Eran las 6 de la tarde de una jornada caótica en la sufrida Ciudad de Buenos Aires y para mi satisfacción había logrado escaparle a la locura cotidiana. Sin embargo, me era difícil concentrarme en la lectura mientras la mujer que tenía enfrente pasaba las páginas de una vieja revista como si quisiera pulverizarlas, un joven hablaba por el móvil como si el otro fuera sordo, y dos señoras despellejaban a una tercera (la turra, según ellas), sin miramiento alguno.
Después de casi una hora larga de espera me toca el turno.
—Hola Carmen, ¿cómo estás? A mí ni me preguntes porque podría subirme por el obelisco solamente valiéndome de mi rabia.
—Es un día difícil.
—¿¡Un día!? Por favor, todos los días son difíciles, insoportables en esta ciudad anárquica, desquiciada. Abrí la boca… Te voy a tener que anestesiar. Ojalá pudiera anestesiar por 50 años a esa turba de vagos que inundan las calles.
Obedezco la imperativa orden mientras miro su cara contraída encima de la mía y la jeringuilla en su mano apuntándome. Mientras la anestesia va penetrando en mi encía cierro los ojos e intento relajarme, om om om. Es difícil, el nerviosismo de él se siente en el aire mientras yo intento sostener el mío para que no suelte amarras.
—¡Tres horas estuve dando vueltas con el coche, ¡¡¡tres horas!!! intentando sortear los piquetes que rodean la capital. Y la gente aquí esperándome. Pero lo tenemos merecido ¿no te parece?
—Hummjamnm
—Abrí grande la boca, más grande Carmen por favor!!
—Ajajaaahumm #$%#
Cerré los ojos y puse a funcionar todos mis métodos de relajación en cuanto el torno comenzó a silbar dentro de mi boca y la boca del dentista no cejaba en sus quejas y denuestos a granel.
—¿Vos te das cuenta en qué país vivimos? No se puede trabajar, ni salir, ni llegar a tu casa tranquilo. ¡Esto no se aguanta más!
—%&$”?&/%&/()%$!
Mi cuello se tensa, las manos me sudan y abro los ojos para fulminarlo con la mirada, pero él ni se entera, hasta que termina. Entonces, con media cara dormida al fin puedo gritarle con todas mis ganas contenidas.
—¿Por qué me haces preguntas cuando sabes que no te puedo contestar? ¿Por qué arruinaste mi día? ¿Por quéeeeeeeeeeee? ¡Eres un piquetero de la odontología!
Me fui dando un portazo. Aún me faltaba un buen trecho para llegar a mi casa y mis propósitos de tener una jornada serena y en equilibrio naufragaron en el consultorio de mi dentista… estresado.
martes, 13 de abril de 2010
Camino de Santiago, metáfora de la vida
Aquí estoy, asomada a la ventana del hotel O Cebreiro. El viento helado me acaricia la cara y el alma, aterida por las emociones. ¡Me siento tan feliz! Me cuesta creer que al amanecer comenzaremos a caminar hacia Santiago. O Cebreiro duerme, igual que mi Pedro, metido hasta la cabeza entre todas las mantas que encontró disponibles, luego de una estupenda cena: de primero caldo gallego, luego merluza con patatas y de postre queso con miel. Y también un buen vino para acompañar y celebrar que el Camino quizás nos dé la gran oportunidad de reencontrarnos en esta etapa-bisagra de nuestras vidas.
Yo no puedo ni quiero dormir, tal es mi ansiedad por estrenarme como peregrina. La ventana del hotel acota el paisaje de sombras con luz de luna. Voy a salir. Hace mucho frío pero no me importa.
Ya estoy a merced de la noche, bendita noche. El susurro de mi voz hiere el silencio que amorosamente se acuesta en este mundo que parece sacado de la misma memoria de los siglos. Las pallozas son como fantasmas circulares con grandes sombreros de paja mirando al cielo, que poco a poco se va cubriendo de nubes que tapan la luna y opacan las estrellas. Tengo ganas de llorar, y no me privo. ¿Podremos llegar a Santiago? Inevitablemente mi entusiasmo se pelea con las dudas.
Las dudas y el miedo no son los mejores compañeros de una peregrina, así que ¡buen Camino Carmiña!
La grabadora me devuelve mi voz estremecida en aquella noche del 1º de junio de 2008, víspera de mi encuentro con el Camino de Santiago. Han pasado casi dos años y nunca intenté poner en orden cientos de anotaciones y algunas horas de grabación de tan maravillosa experiencia.
¿Por qué no escribí sobre el Camino teniendo en cuenta que era uno de mis propósitos? No lo sé, así de simple. Me lo he preguntado y me lo han preguntado muchas veces, sin que pudiera hallar una respuesta valedera que no sonara a excusa.
Lo que hoy me impulsó a escribir esta entrada fue el comentario de un caminante que consideraba que el “verdadero” peregrino es aquel que se deja la piel en el Camino y no quienes van ligeritos de equipaje y duermen en hoteles en vez de hacerlo en los albergues.
Pues no estoy de acuerdo con este señor, encargado al parecer de catalogar a los peregrinos según su estrecho criterio. Y no lo estoy por ser yo misma y mi compañero dos de esos peregrinos menoscabados en su condición, lo cual no me hará parecer muy objetiva cuando digo que el espíritu del Camino no tiene nada que ver con dormir en un albergue, a cielo abierto o en una cómoda cama, o en caminar más o menos quilómetros en cada jornada, o llevar 20 kilos sobre la espalda, o nada.
El Camino es solidaridad, es alegría, es amor, es descubrimiento, es reflexión, es espiritualidad, es viaje interior, es desafío, y también es sacrificio, pero lo justo y necesario. Así lo pensamos mi compañero y yo cuando decidimos: 1º) utilizar el servicio de transporte para llevar las mochilas, y 2º) no parar en los albergues sino en hospedajes. Esto tiene que ver con cierta comodidad que hace unos cuantos años atrás, en mis tiempos de hippie controlada (por mi madre) no me hubiera importado. Mi espíritu aún conserva intacta la rebeldía y las ganas, pero mi cuerpo parece estar demasiado acostumbrado a la vida moderna y sedentaria. ¿Esto nos hace menos peregrinos? Definitivamente no.
El Camino es lo que cada peregrino quiera hacer de él. Igual que en el camino de la vida.
Yo no puedo ni quiero dormir, tal es mi ansiedad por estrenarme como peregrina. La ventana del hotel acota el paisaje de sombras con luz de luna. Voy a salir. Hace mucho frío pero no me importa.
Ya estoy a merced de la noche, bendita noche. El susurro de mi voz hiere el silencio que amorosamente se acuesta en este mundo que parece sacado de la misma memoria de los siglos. Las pallozas son como fantasmas circulares con grandes sombreros de paja mirando al cielo, que poco a poco se va cubriendo de nubes que tapan la luna y opacan las estrellas. Tengo ganas de llorar, y no me privo. ¿Podremos llegar a Santiago? Inevitablemente mi entusiasmo se pelea con las dudas.
Las dudas y el miedo no son los mejores compañeros de una peregrina, así que ¡buen Camino Carmiña!
La grabadora me devuelve mi voz estremecida en aquella noche del 1º de junio de 2008, víspera de mi encuentro con el Camino de Santiago. Han pasado casi dos años y nunca intenté poner en orden cientos de anotaciones y algunas horas de grabación de tan maravillosa experiencia.
¿Por qué no escribí sobre el Camino teniendo en cuenta que era uno de mis propósitos? No lo sé, así de simple. Me lo he preguntado y me lo han preguntado muchas veces, sin que pudiera hallar una respuesta valedera que no sonara a excusa.
Lo que hoy me impulsó a escribir esta entrada fue el comentario de un caminante que consideraba que el “verdadero” peregrino es aquel que se deja la piel en el Camino y no quienes van ligeritos de equipaje y duermen en hoteles en vez de hacerlo en los albergues.
Pues no estoy de acuerdo con este señor, encargado al parecer de catalogar a los peregrinos según su estrecho criterio. Y no lo estoy por ser yo misma y mi compañero dos de esos peregrinos menoscabados en su condición, lo cual no me hará parecer muy objetiva cuando digo que el espíritu del Camino no tiene nada que ver con dormir en un albergue, a cielo abierto o en una cómoda cama, o en caminar más o menos quilómetros en cada jornada, o llevar 20 kilos sobre la espalda, o nada.
El Camino es solidaridad, es alegría, es amor, es descubrimiento, es reflexión, es espiritualidad, es viaje interior, es desafío, y también es sacrificio, pero lo justo y necesario. Así lo pensamos mi compañero y yo cuando decidimos: 1º) utilizar el servicio de transporte para llevar las mochilas, y 2º) no parar en los albergues sino en hospedajes. Esto tiene que ver con cierta comodidad que hace unos cuantos años atrás, en mis tiempos de hippie controlada (por mi madre) no me hubiera importado. Mi espíritu aún conserva intacta la rebeldía y las ganas, pero mi cuerpo parece estar demasiado acostumbrado a la vida moderna y sedentaria. ¿Esto nos hace menos peregrinos? Definitivamente no.
El Camino es lo que cada peregrino quiera hacer de él. Igual que en el camino de la vida.
viernes, 2 de abril de 2010
Alergias canallas
Odio las alergias que no saben explicarse por sí mismas. Bueno, en realidad odio las alergias en general. Con cada cambio estacional las alergias se apoderan de mí con saña desproporcionada. Y cada año que pasa parece ser peor.
El caso es que compañeros circunstanciales, amigos, vecinos y hasta familia no dejan de hacer elucubraciones antojadizas sobre mi estado de toses, estornudos y ojos picosos.
“¡Vaya resfriado que tienes!” No es resfriado, es una alergia estacional.
“Yo que tú iría al médico, porque nunca se sabe, hay muchos virus dando vueltas por ahí…”. Ya fui, y no tengo ningún virus, es alergia.
“Yo (uno de tantos “yoes”) estuve con un estado así y resulta que el médico me trató como si fuera la gripe A, por la dudas”. No es mi caso, estoy con un estado alérgico, y tu médico es un animal.
“Si es alergia, supongo que YA sabrás a qué”. Desde luego: soy alérgica a la gente entrometida y estúpida que no escucha al otro sino que lo interpreta y luego saca sus propias conclusiones… estúpidas.
Seguramente para el día del amigo recibiré un saludo menos, pero siento una intensa alergia a los sabelotodo, esos seres de dos patas e igual número de neuronas que cualquiera sea el tema del que se esté hablando, siempre tienen una respuesta a mano, y lo que es peor, sin que nadie se la pida.
Ahora que lo pienso, quizás los culpables de mis alergias no sean solo el polvo doméstico, ácaros, polen, etc. También tengo alergia a los que elevaron la estupidez a dogma, a los que no saben abrazar con el corazón, a los animales enjaulados, a las mujeres que se ponen dos globos por tetas para subir la autoestima (?????), a los hombres que se nos sientan al lado en el autobús y abren las piernas como si tuvieran “algo” tan importante en la entrepierna que les impide juntarlas, a los que en la fila de lo que sea se nos pegan a la espalda hasta sentir su respiración en la nuca, a los que se les “escapa” el final de una película cuando tú aún no la has visto, al aborregamiento de las masas, a los violentos que generan violencia, a las presidentas que siguen usando el apellido del marido, y al árbol que se enmarca en mi ventana, que aún no se enteró que ya llegó el otoño. A estas alturas, el año pasado estaba desnudándose con elegante sobriedad, dejando en la acera una hermosa alfombra de hojas doradas. Anda algo despistadillo el pobre, y no es para menos con los 33 grados de temperatura en pleno abril.
Es que haciendo referencia a mi Perfil, en estos momentos me toca estar en Argentina, luchando con mis alergias estacionales, emocionales y canallas.
martes, 23 de marzo de 2010
Mi espejo amigo
“¿Por qué no pones un espejo en la pared de entrada al piso? El que llegue se verá reflejado de cuerpo entero, y tú misma te echarás una mirada cuando entres o salgas para que todo esté en su lugar”.
Bueno, hay ciertas cosas que necesitan algo más que un espejo para mantenerlas en su lugar, pensé mientras escuchaba a mi amiga Isa, que siempre encuentra soluciones para todo.
El caso es que la idea prendió enseguida en mi cerebro mutante, igual que mi casa —como no podría ser de otra manera—, testigo de muebles que cambian de aquí para allá, objetos que desaparecen para dar paso a otros, y un largo etcétera.
La pared en cuestión es el comienzo del corredor que lleva a los dormitorios, y apenas abrir la puerta de entrada uno se encuentra con ella. Es curioso pero siempre estuvo vacía de adorno alguno. Es que estaba esperando por “este” espejo, deduje cuando hace unos días lo vi colgado frente a la puerta.
Es muy cómodo porque antes de marchar me miro de frente, de espalda, me acomodo la ropa, el pelo, y hasta me sonrío a mí misma. Así comenzó mi especial relación con el espejo del pasillo. No me pasa lo mismo con el espejo que tengo en el dormitorio, con el que no me llevo bien. Siempre me encuentro algo que no me gusta. Con el que está en el cuarto de baño tenemos una relación ambivalente de amor – odio. Hay días que me veo bien y otros —sobre todo por las mañanas— que me surge preguntarle a la que veo reflejada: ¿y tú quién eres?
El caso es que el espejo del corredor es amable y siempre me devuelve mi mejor sonrisa, como me pasó ayer, que antes de cerrar la puerta me encontré despidiéndome con la mano en alto de la mujer del espejo, como si fuera una entrañable amiga que quedaría allí, atrapada en el cristal, esperando mi regreso.
"Eso no está mal —me dijo Isa con cara de preocupación— pero si algún día le hablas y ella, la del espejo, te contesta, entonces tenemos un problema".
¿Será para tanto?
martes, 16 de marzo de 2010
El dolor de la desilusión
“Cómo se acortan los días”, decía con un suspiro la abuela cada comienzo de otoño.
A algunas personas el cambio de estaciones les afecta más que a otras.
Ella decía que todas las mujeres de la familia, desde que podía recordar, padecían de melancolía otoñal, lo cual las volvía más calladas y reflexivas.
Vaya, por lo que se ve también a ti te atrapó esa melancolía familiar.
No estoy melancólica, estoy desilusionada, y no se me ocurre una manera de luchar contra esta desilusión que se me instaló en el alma.
La desilusión forma parte del aprendizaje de la vida.
Lo sé, pero no lo esperaba de él. Yo lo quería como a un padre, como el padre que no tuve, o mejor dicho que tuve pero que no fue.
Puede ser que hayas puesto en esta persona más expectativas de las que él podía cumplir.
A través de la ventana se asoma un pedacito de cielo azul-celeste de un hermoso día de casi otoño. Mas yo no puedo disfrutarlo porque me levanté caminando al filo de la desilusión como un suicida. Un gran agujero negro se me instaló en el alma y ni siquiera puedo llenarlo con suspiros. Y Ella ahí, mirándome con su cara imperturbable esperando una respuesta, como si fuera tan fácil.
Muy bien, si es lo que quieres, me declaro culpable por haber pensado que alguien de mi propia sangre no podía tener el alma tan negra, tan sucia, por haber creído en la imagen perfecta que nos vendió a todos…
Por haber creído en lo que querías creer, quizás. ¿Y ahora qué piensas hacer con lo que sabes?
Con lo que me contaron como en secreto de confesión, querrás decir. Yo, que siempre trato de estar atenta a las señales de la vida, a lo que me ocurre y al por qué o al para qué de ese acontecimiento, ahora no encuentro ninguna respuesta que me aclare por qué fui elegida para semejante revelación sin siquiera darme la oportunidad de negarme.
Se me ocurre que a lo mejor esa persona que te escogió para descargar su conciencia no tiene la fuerza suficiente para ajustar cuentas con este señor y entonces puso en ti la oportunidad de venganza. Sin duda te dejaron en una posición bien difícil.
Te quedas corta. Pero de momento lo único que quiero y puedo hacer es no verlo nunca más. No podría decirle lo que pienso de él y de su comportamiento ni tampoco perdonarlo, aunque el daño no haya sido directamente a mí.
Tú tienes la habilidad de resucitar cada vez que disparan al centro de tu corazón. También ahora juntarás los pedazos de la desilusión y volverás a creer en las personas, aun sabiendo que pueden llegar a decepcionarte. Es cuestión de tiempo.
A algunas personas el cambio de estaciones les afecta más que a otras.
Ella decía que todas las mujeres de la familia, desde que podía recordar, padecían de melancolía otoñal, lo cual las volvía más calladas y reflexivas.
Vaya, por lo que se ve también a ti te atrapó esa melancolía familiar.
No estoy melancólica, estoy desilusionada, y no se me ocurre una manera de luchar contra esta desilusión que se me instaló en el alma.
La desilusión forma parte del aprendizaje de la vida.
Lo sé, pero no lo esperaba de él. Yo lo quería como a un padre, como el padre que no tuve, o mejor dicho que tuve pero que no fue.
Puede ser que hayas puesto en esta persona más expectativas de las que él podía cumplir.
A través de la ventana se asoma un pedacito de cielo azul-celeste de un hermoso día de casi otoño. Mas yo no puedo disfrutarlo porque me levanté caminando al filo de la desilusión como un suicida. Un gran agujero negro se me instaló en el alma y ni siquiera puedo llenarlo con suspiros. Y Ella ahí, mirándome con su cara imperturbable esperando una respuesta, como si fuera tan fácil.
Muy bien, si es lo que quieres, me declaro culpable por haber pensado que alguien de mi propia sangre no podía tener el alma tan negra, tan sucia, por haber creído en la imagen perfecta que nos vendió a todos…
Por haber creído en lo que querías creer, quizás. ¿Y ahora qué piensas hacer con lo que sabes?
Con lo que me contaron como en secreto de confesión, querrás decir. Yo, que siempre trato de estar atenta a las señales de la vida, a lo que me ocurre y al por qué o al para qué de ese acontecimiento, ahora no encuentro ninguna respuesta que me aclare por qué fui elegida para semejante revelación sin siquiera darme la oportunidad de negarme.
Se me ocurre que a lo mejor esa persona que te escogió para descargar su conciencia no tiene la fuerza suficiente para ajustar cuentas con este señor y entonces puso en ti la oportunidad de venganza. Sin duda te dejaron en una posición bien difícil.
Te quedas corta. Pero de momento lo único que quiero y puedo hacer es no verlo nunca más. No podría decirle lo que pienso de él y de su comportamiento ni tampoco perdonarlo, aunque el daño no haya sido directamente a mí.
Tú tienes la habilidad de resucitar cada vez que disparan al centro de tu corazón. También ahora juntarás los pedazos de la desilusión y volverás a creer en las personas, aun sabiendo que pueden llegar a decepcionarte. Es cuestión de tiempo.
El corazón de algunos individuos es un picador de hielo que hace pedazos todo cuanto los rodea, convirtiendo en añicos vidas y sentimientos con una habilidad digna del más encumbrado de los psicópatas.
lunes, 8 de febrero de 2010
Unas pequeñas vacaciones
Queridos amigos y amigas:
Por unos días voy a estar ausente de este espacio tan querido. De todas maneras me haré el tiempo necesario para visitaros y disfrutar de cada uno de vuestros blogs.
Me voy a tomar unas vacaciones familiares, pues el miércoles próximo llega mi hijo Marcelo a visitarnos, después de un año, y le quiero dedicar todo el tiempo que pueda.
Les dejo el mejor de mis abrazos y mi cariño de siempre.
¡Hasta muy prontito!!!
Por unos días voy a estar ausente de este espacio tan querido. De todas maneras me haré el tiempo necesario para visitaros y disfrutar de cada uno de vuestros blogs.
Me voy a tomar unas vacaciones familiares, pues el miércoles próximo llega mi hijo Marcelo a visitarnos, después de un año, y le quiero dedicar todo el tiempo que pueda.
Les dejo el mejor de mis abrazos y mi cariño de siempre.
¡Hasta muy prontito!!!
viernes, 29 de enero de 2010
La maleta
La confitería tenía un ambiente agradable, propicio para las charlas quedas y los pensamientos solitarios. Buen lugar. Había estado allí algunas veces, siempre acompañada. Ahora estaba sola, aunque si todo salía como lo había planeado no sería por mucho tiempo. Faltaban algo más de treinta minutos para las cinco de la tarde, la hora señalada.
Eligió una mesa ubicada al lado de un ventanal desde donde podía ver la acera y la entrada del establecimiento. Perfecto. Se sentó y dejó la pesada maleta a su lado, pero enseguida pareció arrepentirse, así que se levantó y la puso junto a la silla que quedaba vacía. Ese es tu sitio.
Luego dejó el móvil encima de la mesa y lo miró ansiosa. ¿Vendrá? Tiene que venir, no tengo un plan B. Sacudió la cabeza junto con los pensamientos pues el camarero se le acercó para preguntarle qué deseaba tomar, mientras echaba una mirada curiosa a la maleta.
—Tráigame una botella de champán, bien fría —dijo después de dudar unos instantes.
El camarero se le quedó mirando por un instante, seguramente extrañado de tan inesperado pedido de aquella mujer atractiva, elegante, algo nerviosa, y que portaba una importante maleta, aunque por su acento no era turista.
—Champán, bien, ¿alguna otra cosa?
—Nada más, y por favor que sea rápido, no tengo mucho tiempo.
El tiempo, ese gran dramaturgo que nos otorga papeles a los que cada uno no se presenta por propia voluntad.
Volvió a mirar el móvil. Todo iba bien. La cita no había sido cancelada y solo faltaban quince minutos para las cinco. Le temblaban las manos y tenía la boca seca. También los ojos y la garganta. Había llorado todas las lágrimas; solo así evitaría que se le escapara alguna mientras hacía lo que tenía que hacer.
El camarero destapó la botella de champán y le llenó la copa. Cerró los ojos al sentir el cristal frío en los labios y el líquido burbujeante rasgando su alma encogida. Aún estás ahí, maldito seas. Al fin y al cabo amar es como pasear por un acantilado: te puedes caer al vacío al pisar en falso o te pueden empujar al abismo del más profundo dolor.
Los minutos comienzan a arrastrarse hacia el final de una historia, de su historia de amor. Quizás sea puntual, y lo es. Acaba de entrar. Más joven que ella, aunque no tanto, ni bonita ni fea, ni alta ni baja; una mujer común. Levanta una mano para llamar su atención, pues la fulana no la conoce personalmente, aunque sin duda escuchó hablar de ella más de una vez. Se acerca sonriente. Es curioso pero no siente nada por esa mujer; ni rabia ni rencor, nada.
—Buenas tardes— dijo la recién llegada—. Yo soy…
—Sé quien eres y con quien te acuestas. Lamento haberte traído hasta aquí haciéndome pasar por otra persona, pero era la única manera que encontré para poder entregarte esa maleta, que ahora te pertenece.
—¿Quién es usted? —preguntó mirando con temor la maleta al lado de su silla.
—Soy la mujer de tu amante. No temas, no voy a hacerte daño —le dijo al ver que la otra se levantaba intempestivamente—. Siéntate y escucha. En ese maleta están algunas pertenencias del que hasta hoy fue mi marido. El resto se quemó… accidentalmente.
Ahí hay un par de calzoncillos sucios y algunos calcetines que no tuve tiempo de lavar. Entenderás que luego de que ayer los viera tan juntitos y satisfechos no me dieran ganas de poner la lavadora. También hay varias camisas sin planchar y la ropa que usó en el gimnasio. Además te traje las gotas para no roncar, que mucho efecto no le hacen, te soy sincera. Apuesto a que contigo no las usa, claro qué tonta, es que contigo no duerme, solo pasa unas horas de sexo desde hace ¿un año? Hay algunas cosas más, pero para qué extenderme en algo que ya irás viendo por ti misma. Ah, también metí en la maleta el portarretratos en el que estuvo la foto de nuestro casamiento y ahora contiene el número de teléfono de mi abogado. Bueno, si es lo que querías ya tienes el paquete completito. Que te aproveche. Te dejo el champán para que brindes por tu nueva vida, por la mía ya lo hice yo.
Se levantó, echó una mirada a la maleta y otra a la estupefacta mujer que en ese mismo momento dejaba de ser una idealizada amante clandestina, y salió a la calle para mezclarse con el río de individuos que marchan en procura de la felicidad.
Eligió una mesa ubicada al lado de un ventanal desde donde podía ver la acera y la entrada del establecimiento. Perfecto. Se sentó y dejó la pesada maleta a su lado, pero enseguida pareció arrepentirse, así que se levantó y la puso junto a la silla que quedaba vacía. Ese es tu sitio.
Luego dejó el móvil encima de la mesa y lo miró ansiosa. ¿Vendrá? Tiene que venir, no tengo un plan B. Sacudió la cabeza junto con los pensamientos pues el camarero se le acercó para preguntarle qué deseaba tomar, mientras echaba una mirada curiosa a la maleta.
—Tráigame una botella de champán, bien fría —dijo después de dudar unos instantes.
El camarero se le quedó mirando por un instante, seguramente extrañado de tan inesperado pedido de aquella mujer atractiva, elegante, algo nerviosa, y que portaba una importante maleta, aunque por su acento no era turista.
—Champán, bien, ¿alguna otra cosa?
—Nada más, y por favor que sea rápido, no tengo mucho tiempo.
El tiempo, ese gran dramaturgo que nos otorga papeles a los que cada uno no se presenta por propia voluntad.
Volvió a mirar el móvil. Todo iba bien. La cita no había sido cancelada y solo faltaban quince minutos para las cinco. Le temblaban las manos y tenía la boca seca. También los ojos y la garganta. Había llorado todas las lágrimas; solo así evitaría que se le escapara alguna mientras hacía lo que tenía que hacer.
El camarero destapó la botella de champán y le llenó la copa. Cerró los ojos al sentir el cristal frío en los labios y el líquido burbujeante rasgando su alma encogida. Aún estás ahí, maldito seas. Al fin y al cabo amar es como pasear por un acantilado: te puedes caer al vacío al pisar en falso o te pueden empujar al abismo del más profundo dolor.
Los minutos comienzan a arrastrarse hacia el final de una historia, de su historia de amor. Quizás sea puntual, y lo es. Acaba de entrar. Más joven que ella, aunque no tanto, ni bonita ni fea, ni alta ni baja; una mujer común. Levanta una mano para llamar su atención, pues la fulana no la conoce personalmente, aunque sin duda escuchó hablar de ella más de una vez. Se acerca sonriente. Es curioso pero no siente nada por esa mujer; ni rabia ni rencor, nada.
—Buenas tardes— dijo la recién llegada—. Yo soy…
—Sé quien eres y con quien te acuestas. Lamento haberte traído hasta aquí haciéndome pasar por otra persona, pero era la única manera que encontré para poder entregarte esa maleta, que ahora te pertenece.
—¿Quién es usted? —preguntó mirando con temor la maleta al lado de su silla.
—Soy la mujer de tu amante. No temas, no voy a hacerte daño —le dijo al ver que la otra se levantaba intempestivamente—. Siéntate y escucha. En ese maleta están algunas pertenencias del que hasta hoy fue mi marido. El resto se quemó… accidentalmente.
Ahí hay un par de calzoncillos sucios y algunos calcetines que no tuve tiempo de lavar. Entenderás que luego de que ayer los viera tan juntitos y satisfechos no me dieran ganas de poner la lavadora. También hay varias camisas sin planchar y la ropa que usó en el gimnasio. Además te traje las gotas para no roncar, que mucho efecto no le hacen, te soy sincera. Apuesto a que contigo no las usa, claro qué tonta, es que contigo no duerme, solo pasa unas horas de sexo desde hace ¿un año? Hay algunas cosas más, pero para qué extenderme en algo que ya irás viendo por ti misma. Ah, también metí en la maleta el portarretratos en el que estuvo la foto de nuestro casamiento y ahora contiene el número de teléfono de mi abogado. Bueno, si es lo que querías ya tienes el paquete completito. Que te aproveche. Te dejo el champán para que brindes por tu nueva vida, por la mía ya lo hice yo.
Se levantó, echó una mirada a la maleta y otra a la estupefacta mujer que en ese mismo momento dejaba de ser una idealizada amante clandestina, y salió a la calle para mezclarse con el río de individuos que marchan en procura de la felicidad.
miércoles, 20 de enero de 2010
Ayer, hoy y mañana
Ayer me invadió la tristeza ¿acaso no te lo dije?
No, ya sé que no pude, que solamente lo pensé.
Las palabras murieron en mi boca y tú no
quisiste ver mis ojos ateridos de tristeza.
¿Acaso sabes por qué?
No, no lo creo, estabas tan lejos de mí,
tenías esa mirada tan fría, tan ausente, tan ajena.
Hoy no quiero llorar, pero estoy llorando.
Un frío extraño recorre mi carne entumecida de ausencias.
Sin embargo no pregunto, aún no me atrevo a la respuesta.
¿Y mañana? ¿Qué haré mañana?
¿Qué harás cuando amanezca, amor,
con la vida que nos prometimos?
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
Gotas de lluvia
Incontables gotas de lluvia deciden morir en mi ventana. Se estrellan con furia para luego resbalar en un largo dejarse ir. Cal...
-
¿Cómo tener confianza en una mujer que le dice a uno su verdadera edad? Una mujer capaz de decir esto es capaz de decirlo todo. Osca...
-
Seguramente cada persona tendrá una respuesta distinta en cuanto al olor de las flores de la retama, xesta en gallego. Para mi compañe...