martes, 15 de septiembre de 2015

El Mundo solo da vueltas alrededor del Sol



Hoy, revolviendo archivos en mi ordenador encontré la carta que sigue a estas líneas, que le escribí a mi amiga Carmen Carballo, en respuesta a una de ella, hará en unos días 15 años. Yo misma me asombro al comprobar que excepto que ahora las madres españolas les podemos dar la nacionalidad a nuestros hijos mayores (una lucha bien ganada desde la inmigración), y que los argentinos no emigran compulsivamente como en aquella época, todo pero todo lo demás podría ser escrito ahora mismo. En mis días optimistas pienso que nuestro Mundo terrenal pareciera avanzar hacia el perfeccionamiento y el desarrollo de la Humanidad, pero no me dura mucho, visto lo visto... 
La verdad es que solo da vueltas alrededor del Sol.



Buenos Aires, 27 de setiembre de 2000

Hola Carmeliña. Me gustaría poder regalarte un pedazo de primavera recién estrenada, pero la verdad es que no encuentro las motivaciones que me inspiren al menos una parecida semblanza como la regia reseña que tú hiciste del otoño gallego. No sé si será por el halo del más oscuro pesimismo que envuelve el ánimo del colectivo argentino (del que no soy ajena), o si tan sólo es cosa mía. Como nada es casual en la vida, sospecho que algo de las dos cosas habrá para que me cueste encontrar aunque más no sea un modesto signo poético que ensalce a la estación del amor, según dicen. Como si el amor tuviera épocas, días u horas preestablecidos para explotar en nuestro corazón...
En fin, querida amiga, que ya te habrás dado cuenta que mi inspiración no anda por estos días encaminada por el lado más romántico, sino más bien del lado de la rabia, de la impotencia, del descontento, del hastío, de una profunda sensación que se te va haciendo carne y que quisieras materializar en un gran portazo, de esos que dejan al indeseable del otro lado con un palmo de narices, y si le pillas la mano en tan poco diplomática acción, pues mejor... No te asustes, no estoy sufriendo de algún rapto paroxístico —aún—, solamente intento reflejar lo que se ve, lo que se siente y palpita desde el pozo más profundo del hartazgo en el que me encuentro, y en el que no estoy sola —y esto de ninguna manera es un consuelo—, pues estou acompañada, rodeada, del común de la sociedad argentina.
Y esto de pegar el portazo no es ninguna metáfora. Si las puertas automáticas del aeropuerto internacional de Ezeiza fueran una sola y de madera, los portazos que pegan los cientos de miles que se van se escucharían hasta en el Polo Norte. Mientras, la dirigencia política “que supimos conseguir” está sorda, ciega, aunque por desgracia no muda. Hablan y hablan sin importarles si lo que dicen es medianamente creíble o si se trata del más patético disparate. Sufren de una diarreica verbosidad crónica y muchos de ellos, de inmoralidad congénita. Y los del llano ya no sabemos a quién creerle; y esto se lo debemos a los que en lugar de representarnos y abogar por nuestros derechos, perpetran con total impunidad los más devastadores atentados a la confianza que depositamos en ellos. Y así pasan los años; y los dirigentes corruptos, estólidos y de mala fe se renuevan como las malas hierbas. A estos políticos no les importa nada, lo que se dice nada de su país; están muy ocupados en enriquecer su patrimonio a costa del hambre del pueblo.
Y tú me preguntas cómo vivimos los inmigrantes esta situación de debacle —que parece no tener fin ni remedio— que padece este hermoso país... sin rumbo. Pues ya ves, Carmen, con la misma sensación de indigestión y saciedad que envuelve a los argentinos nativos, pero con la sustancial agravante de arrastrar la pesada carga de tener el alma partida en dos y sin esperanzas de que algún día esos pedazos se puedan juntar.
Cuando emigramos, lejos de azotar las puertas, las cerramos cuidadosamente, amorosamente, casi para que la tierra, nuestra tierra, no se diera cuenta de que nos íbamos, para que no sufriera por nuestra ausencia, con el mismo amor que se pone en cuidar a la madre que se deja quizá para siempre. Hoy nos encontramos lejos, en el medio de la nada y con ganas de pegar el más fenomenal de los portazos. Pero voy a hablar en primera persona para no involucrar a quienes piensen distinto, aunque también sé, porque lo palpo a diario, que muchos sienten, como yo, que si un día dejamos nuestra tierra con los ojos puestos en un horizonte de esperanzas, hoy estamos hartos de esta lucha sin cuartel para mantener lo poco o mucho que ganamos con nuestro esfuerzo, con nuestro trabajo. Porque nadie nos regaló nada, y está bien que así sea, pero tampoco es justo que nos metan la mano en el bolsillo permanentemente, y no para ayudar al crecimiento del país sino para engrosar las arcas de los funcionarios de turno con una inmoralidad de tal magnitud, que da asco. Esto más el descreímiento, la falta de futuro —sólo por decir algo de lo mucho que subyace en la vapuleada y burlada sociedad argentina— facilitan que hoy muchos querramos pegar soberanos portazos y dejar atrás la tierra que nos cobijó durante tantos años, en la que formamos nuestra propia familia, y a la que queremos profundamente.
Vaya paradoja del destino... Aquellos mismos gallegos que encontraron en la Argentina el paraíso perdido donde sembrar los sueños y las esperanzas que les negaba su propia tierra, ahora sienten, sentimos, que otra vez nos robaron esos mismos sentimientos de ilusión, de fe en el futuro, aunque no —y gracias a Dios— el espírito de lucha que siempre nos caracterizó y nos distinguió allí donde pusimos el pie.
Nuevamente estamos como al principio, pero con más años y frustraciones encima. La realidad de los inmigrantes, querida Carmeliña, no difiere de la del resto de los habitantes, porque formamos parte de ella. Y esta realidad es la del descrédito y la desconfianza generalizados; la de los antivalores, que ganan terreno y se extienden de norte a sur como el fuego en el monte; la que está inmersa en una enorme, desmesurada gravedad política e institucional. La realidad de una vida diaria donde lo más barato es el honor; donde mientras los delincuentes están libres a su antojo, la gente honrada está presa del miedo y la desesperanza; donde los ejemplos que recibimos de quienes ocupan los puestos más relevantes del poder harían sonrojar al mismísimo Alí Babá... La Argentina perdió el rumbo, y por el momento ni miras de que pueda encontrarlo...
¿Qué esperanza podemos tener con semejante panorama? En el Consulado español no saben qué hacer ante la avalancha de gente de todas la edades que quieren, algunos, retornar al lugar donde nacieron; otros, probar suerte en la tierra de sus mayores, que llegaron aquí buscando lo mismo que ellos quieren encontrar allá. Buscan y rebuscan en sus ancestros para hallar alguna gota de sangre española que les permita abrir aunque más no sea un ventanuco hacia el futuro. Y si no la encuentran, igual se marchan, a la aventura, a lo que sea, que por malo que parezca siempre será mejor que lo que tienen aquí.
Esta es apenas una semblanza del presente sin futuro que tenemos hoy. ¿Así que ahí se habla de los gallegos ricos? Pues seguramente que los habrá, y de hecho los hay, pero también están los otros, los que llegaron a tener un buen patrimonio y ahora apenas pueden mantenerlo. Y ya que estamos hablemos de la gran mayoría que vive con lo justo... para no morirse de hambre. ¿Acaso los inmigrantes que se manifestaron por las calles de Buenos Aires hace poco salieron a divertirse? Claro que no; salieron a reclamar por las exiguas pensiones que les llegan de España, para pedirles a los políticos que dejen de hablar y prometer solamente para conquistar los votos de la inmigración, y después... si te he visto ni me acuerdo... hasta las próximas elecciones.
Aquí estamos todos metidos en el mismo berenjenal, si no que lo digan los más de 30 españoles (en una población de no más de 100) que fueron recogidos de la calle y llevados a un albergue a cargo del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, donde los atienden y cobijan hasta que Dios disponga. La colectividad sobrevive como puede, o como la dejan. Pero en este punto es necesario hacer una autocrítica, que nunca está demás si es que pretendemos mejorar. La gente que está al frente de las instituciones que fueron pilar fundamental para los inmigrantes se quedó aferrada a un pasado caduco, y lo que es peor, aferrada y atrincherada a su puesto de mando sin dale oportunidad a las nuevas generaciones.
Sin querer generalizar, porque las excepciones, aunque escasísimas, existen en todos los órdenes, se puede decir que las asociaciones de la comunidad pasan de mano en mano, siempre dentro de un mismo y pequeño círculo de gente que le teme a los cambios, que no quiere admitir que quizá los más jóvenes cuentan con armas más valederas y eficaces para luchar en este mundo globalizado. Y entonces vemos entidades obsoletas, esperando que les llegue de Galicia la ayuda que las salve de la desaparición... que sus mismos dirigentes están propiciando, o al menos haciéndose los desentendidos.
Lamentablemente, les preocupa más qué van a comer en los xantares que los agrupa cada domingo o de enfrentarse en vanas discusiones por vetustas antinomias que ver de encontrar la manera de incrementar el conocimiento de nuestra cultura, de nuestro idioma, de cuidar el patrimonio de la inmigración, el mismo que nos legaron tantos intelectuales inmigrantes, que no sólo enriquecieron la historia de Galicia sino también la historia argentina. Pero al parecer todo apunta a que la huella de los inmigrantes desaparezca junto con quienes aún nos preocupamos por mantenerla viva. Estas instituciones languidecen y sobreviven milagrosamente, igual que muchos inmigrantes, esto no hay quien pueda negarlo.
Pero a fuer de ser sincera debo decir, querida Carmen, que hay veces que hasta el amor más profundo que nos une a nuestra tierra se enrarece con el enojo cuando escuchamos que en Galicia ya ni nos quieren nombrar a los inmigrantes como tales sino con circunloquios como “gallegos del exterior”, o también “gallegos americanos” como le dijeron a una inmigrante que insistía al llegar a Galicia en sacar su documento español, al referirse la empleada a que los así nombrados eran los que más problemas tenían a la hora de presentar los papeles.
Pero por más que los políticos amañen las palabras a su gusto y conveniencia, Galicia nunca podrá sacudirse de las espaldas con la frase “gallegos del exterior” —que se me antoja totalmente desvalorizadora— la sangría de la inmigración, ese reguero que pese a quien le pese no está seco ni mucho menos, porque está regado por las lágrimas y el amor que une a miles y miles de inmigrantes a su lejana tierra. Somos muchos/as los que no se nos da la real gana de permitir que nos endilguen el mote “gallego de...” para embellecer un pasado teñido de desesperanza. A mi entender Galicia, sin proponérselo, pero sin poder evitarlo, niega, suprime de su inconsciente colectivo ese pasado no demasiado lejano en que millones de emigrantes abandonaban su tierra por hambre o por falta de futuro como consecuencia de una estructura social feudal y anacrónica.
Así que “gallegos del exterior” y no inmigrantes... Pues no admitiré, al menos no en mi cara, que me nombren de esa manera. Yo soy española porque soy de Galicia, y soy de Galicia porque soy de Pontevedra, y soy de Pontevedra porque soy do Busto, aldea maravillosa donde mamé mi esencia. Por lo tanto, soy gallega hasta el tuétano y a secas, pero como emigré a la Argentina, soy inmigrante, inmigrante gallega, para más datos. Querer borrar la palabra inmigrante es querer borrar a los inmigrantes. Los mismos que nunca se olvidaron de su tierra y que desde sus lugares de exilio ayudaron a reconstruirla y a mantener viva su cultura allí donde estuvieran, cada quien desde el lugar de sus posibilidades e ideales.
Es bien cierto que no se puede enmendar el pasado, pero tampoco se debe renegar de él. Hay algo que es superior a la historia, y que incluso está por encima del pasado, y que es la auténtica, la verdadera tradición de Galicia, esa energía étnica que vive en el fondo de la conciencia, en la misma raíz de nuestros instintos y en la entraña granítica de nuestro suelo. Desde ese lugar Galicia, España toda sabe que debajo de la piel de los “gallegos del exterior” subyacen los inmigrantes a quienes se les habían muerto las esperanzas y los sueños, pero que aún no se les habían muerto las ganas de luchar.
Hay una oleada de españoles aquí en la Argentina, esa que viene a hacer negocios o a trabajar en las grandes empresas españolas, que no tiene, ni quiere tener ninguna relación con aquella otra oleada que desembarcó en este país hace muchos años, llamada inmigrantes. Si los ignoramos, dirán los “nuevos colonizadores”, es como si no existieran, como si nunca hubieran existido; y una buena idea es cambiarles la vieja denominación que recuerda un pasado que duele y avergüenza por una más acorde a los tiempos modernos, a los tiempos de la cultura y los sentimientos light.
Y después los políticos españoles se llenan la boca diciéndonos que desde sus puestos de poder luchan denodadamente por los derechos de los... “españoles del exterior”. Palabrería, mucha palabrería... Lo que no saben esos políticos que llegan a hacer lo suyo, es que los que aquí vivimos tenemos los oídos encallecidos de tanto escuchar a los locales “hacernos el verso”, como se dice en criollo; lo que traducido sería algo así como gastar y malgastar palabras y frases bonitas para convencer al otro de lo que “únicamente” a ellos les conviene.
Ni siquiera lograron —¿hicieron el intento?— que las mujeres inmigrantes podamos darles a nuestros hijos nuestra nacionalidad de origen. Ese privilegio lo tiene el padre, pero no la madre. Una de estas mujeres —una luchadora incansable llamada Maruxa— mandó cartas a las personalidades más encumbradas de España pidiendo se revea esta injusticia; entre ellas, al presidente de la Xunta. ¿Y sabes qué le contestaron del Gobierno de Galicia? Que ese problema lo tenía como consecuencia de haberse casado con un argentino... ¿Te parece que es una contestación para darle a una mujer que solo exige tener los mismos derechos que sus pares los hombres? Vaya torpeza u osadía la de estas mujeres, que al enamorarnos de un “extranjero” no tuvimos en cuenta que las leyes españolas nos dejarían fuera de su magnánimo amparo.
Carmucha, ya ves que la primavera está lejos de predisponerme a la ensoñación o al romanticismo, más bien me tiene detrás de la trinchera. Será porque a mí me gusta más el otoño...
Te doy un fuerte abrazo a la distancia, pero no distante, y te mando todo mi cariño.

Gotas de lluvia

Incontables gotas de lluvia deciden morir en mi ventana. Se estrellan con furia para luego resbalar en un largo dejarse ir.   Cal...