lunes, 29 de diciembre de 2014

Los sueños postergados




Me duele el reflejo de los sueños postergados en los ojos de la gente. Y también en el espejo donde me miro cada mañana.
Algunos aún me quedan…
¿A dónde van los sueños que se marchitan como una planta sin agua, como un pájaro inocente, aterido y olvidado?
El columpio amable de la edad que me cobija me recuerda en su vaivén cadencioso, pero  obstinado, que rescate los sueños postergados, que no los deje morir porque son parte de mi alma. Un alma que aún cree que los sueños se pueden cumplir.
Pero dejemos al poeta que nos lo diga, como nadie…

Dale vida a los sueños que alimentan el alma,
no los confundas nunca con realidades vanas.
Y aunque tu mente sienta necesidad, humana,
de conseguir las metas y de escalar montañas,
nunca rompas tus sueños, porque matas el alma.

Dale vida a tus sueños aunque te llamen loco,
no los dejes que mueran de hastío, poco a poco,
no les rompas las alas, que son de fantasía,
y déjalos que vuelen contigo en compañía. (…)

                                                        Mario Benedetti


Que el 2015 sea un año donde puedan recuperar los sueños postergados, sin desestimar crear otros nuevos que les hagan el Camino plácido, confortable y venturoso.

Los abrazo de todo corazón… ¡Sean felices!!!!





viernes, 24 de octubre de 2014

Mis pies



Mis pies son los cimientos de mi alma andariega.
Ellos me llevan, me traen, me sostienen, me recuerdan que hay mucho por andar.
Mis pies han vagabundeado por mil caminos. Han trepado a los árboles, han saltado de piedra en piedra, han huido del miedo y también han corrido al encuentro de los abrazos.
Mis pies tienen música en cada dedo. Han bailado mucho, llevando el ritmo con otros pies, pero también danzaron solos, libres, soñando con huellas inexploradas.
Mis pies se han puesto de puntillas para recibir el primero beso, y también para no molestar el sueño de mis hijos y el de mis nietos.
Mis pies me han ayudado a patearles el trasero a las frustraciones y a los inevitables reveses de la vida.
Mis pies han dejado huellas imborrables, incluso en otros pies…
Amo mis pies. Ellos mantienen mi equilibrio cuando las emociones me desequilibran. Acompañan mis triunfos y me impulsan en los fracasos: “no te detengas, sigamos caminando… Un paso, dos, tres… Sigue, que la vida es movimiento”, dicen mis pies aun cuando se sientan cansados y hasta doloridos. Mis pies no se rinden. Y yo tampoco…
Algún día mis pies me llevarán nuevamente al Camino de Santiago.

viernes, 10 de octubre de 2014

Violencia de género


 
Hay mujeres (hoy solo me voy a referir a “ellas”) que van por la vida con el alma mutilada. Y desgraciadamente la mayoría de las veces eso parece no tener remedio.
El caso que ocupa mi pensamiento por estos días tiene como protagonista a una mujer de una inteligencia excepcional, exitosa en su profesión, brillante para quienes solo ven su espléndida fachada.
Sin embargo, es una mujer con el alma mutilada y el espíritu machacado, a merced de un individuo, una rata de albañal que se aprovecha de su infortunio para dominarla a su antojo.
¿Quién mutiló el alma de esta mujer, como la de tantas otras? ¿Su marido? No en este caso. Él solo “se aprovecha” de la debilidad instalada, de la víctima que ya no puede reaccionar, de esta mujer que alguna vez fue una niña maltratada, y ahí comenzó todo.
¿Cómo se sale de esta nefasta cadena? Hablando, denunciando al cabrón que te está maltratando, querida mujer.
Toma coraje y busca ayuda, hazlo con cuidado, midiendo cada paso que vas a dar, pero hazlo ¡ya! Infórmate de tus derechos, libérate… Nadie, y menos en nombre del amor que dicen tenerte, repito, nadie tiene más derecho sobre ti que tú misma.
¡No encubras a tu maltratador! Reflexiona, analízate, quiérete, ¡valórate! Eres un ser único y viniste a la vida a ser feliz, no lo olvides. Es tu derecho.
Que el miedo no te impida reaccionar ante cualquier tipo de violencia que quieran ejercer sobre ti… por favor.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

No te rindas....

http://www.bubok.es/libros/235061/Cenizas-en-la-niebla-Buen-Camino


No te rindas, aún estás a tiempo
De alcanzar y comenzar de nuevo,
Aceptar tus sombras,
Enterrar tus miedos,
Liberar el lastre,
Retomar el vuelo.
No te rindas que la vida es eso,
Continuar el viaje,
Perseguir tus sueños,
Destrabar el tiempo,
Correr los escombros,
Y destapar el cielo.
No te rindas, por favor no cedas (…)

Mario Benedetti



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martes, 9 de septiembre de 2014

¿A qué huelen las retamas? (As xestas)




Seguramente cada persona tendrá una respuesta distinta en cuanto al olor de las flores de la retama, xesta en gallego. Para mi compañero de la vida (y del Camino de Santiago) huelen a chocolate. Para mí tienen el olor dulce y nostálgico de la niñez...
En cambio para la abuela de la protagonista de  "Cenizas en la niebla, ¡Buen Camino!", olían a esperanza, pero solo cuando llovía. Aquí les dejo un pequeño párrafo sobre "la retama de la esperanza".  


      (...) —¿Te acuerdas de la retama que de un día para otro comenzó a crecer en medio de la huerta?
—«Desde luego. La aparición de la retama coincidió con tu llegada a Bustomeu. Entre verduras, pimientos, tomates y coles la retama fue imponiendo su presencia sin que nadie se fijara demasiado en ella. Excepto mi madre. Hoy comprendo que ése era su árbol. Todas las mujeres de la familia tuvieron un árbol que les ayudó a vivir y a morir».

—La abuela aseguraba que el nacimiento espontáneo de la dichosa retama era una señal de que algo bueno iba a suceder porque estaba convencida de que olía a esperanza, aunque solamente cuando llovía. Entonces agarraba un viejo capote heredado de su padre, que siempre estaba colgado detrás de la puerta, y salía a empaparse de la esperanza que la retama le ofrecía tan generosamente.

»Un día decidí seguirla sin que me viera y pude comprobar el extraño ritual que la abuela tenía con la retama. Al llegar junto a ella extendió los brazos como si quisiera estrecharla contra su pecho, y con la punta de los dedos acarició suavemente las hojas brillantes de lluvia. Luego, con infinita ternura fue hundiendo su cara entre las ramas florecidas hasta perderse en el alma del árbol y llenarse de esperanza, o eso pensé. La abuela no solo podía oler la esperanza sino que la veía, la palpaba, sentía su abrazo sanador.

(…) »Yo estaba con ella aquella tardenoche en que se desató un terrible temporal. La abuela preparaba la cena para las dos y yo estaba en mi habitación estudiando cuando de pronto comenzó a llover. Por la fuerza de la costumbre esperé escuchar la puerta cerrarse detrás de ella, siguiendo el ritual de lluvia, capote, huerta y retama. Como pasaron los minutos y nada sucedió, decidí ir hasta la cocina para ver qué ocurría. Yo estaba habituada a las rarezas de la abuela Pilar, pero aquella vez sentí una fuerte inquietud cuando la vi parada frente a la ventana mirando hacia la huerta.

»La lluvia batía contra el tejado como si quisiera sacudir conciencias y el viento vareaba la retama de la abuela con violencia. “Parece que hoy no quieres mojarte”, le susurré como quien entra de puntillas en la intimidad de un mundo que no le pertenece. “Es que hoy la retama no huele a esperanza, neniña, huele a despedida. Desde aquí puedo sentir el punzante aroma del adiós. Pronto voy a morir, y lo que me duele no es el fin de mis días sino el no haber logrado sembrar la esperanza en el corazón de mi familia. Siento mucho no haber hecho lo suficiente para evitarles tanto sufrimiento pero eso, como otras tantas cosas, ya no tiene remedio”.

»Y al día siguiente por la mañana la abuela Pilar murió. Entonces fui a la huerta y corté un gran manojo de ramas florecidas de su retama y se las puse entre las manos para que no le faltara la esperanza en el más allá (...)


Yo espero haber plantado la retama de la esperanza en el corazón de mis amores, y además ansío tener la gracia de verla crecer y florecer cada vez que la vida les muestre su cara menos amable.

sábado, 6 de septiembre de 2014

¿Adiós morriña...?




(El relato que sigue lo escribí cuando retorné a Galicia, allá por el año 2004, por un período de casi dos años).


No sé qué día de los casi 365 que llevo de retornada a mi tierra gallega sentí su ausencia, ¿acaso su abandono? Primero fue una ligera sospecha, un intuir que algo había cambiado, que me faltaba esa insatisfacción activa, vital, irreductible, que me acompañó durante los años de lejanía, un tiempo en el que nunca dejé de buscar en el fondo de las operaciones inconscientes el complementario ensamble. Fui consciente de mi alma desafinada en procura de la otra mitad de su acorde: el paisaje gallego y su rama dolorida llamada morriña.
Hoy ya no la siento de aquella manera y no sé si la extraño. Muchas veces la odié porque me hacía retorcer el alma con su residuo insatisfecho, y cuando por pocos días volvía a Galicia ella, la morriña, se agrandaba, se hinchaba de melancolía, recargaba las pilas en mi propia angustia dejándome inerme ante su desmesura.
También la amé y la compartí con otros seres morriñentos capaces de inventarnos inexistentes paraísos aldeanos, aromas extinguidos e inexplicables, sabores intransferibles de tanto cambiarles los condimentos. Era la morriña haciéndole trampas a nuestra imaginación, a nuestro sentimiento irrenunciable de pertenencia, a nuestro afán de eludirla o de mitigarla y también, por qué no, de convocarla como algo necesario.
¿Acaso la echo en falta? No cuando puedo mezclarme en el paisaje de mi aldea sin llorar de emoción. No cuando lo puedo ver tal cual es —hermoso— sin el componente angustioso de la inevitable morriña. No porque su ausencia me permite ser más objetiva a la hora de ver a Galicia con sus virtudes y sus defectos.
Pero sí la echo de menos cuando en la parcela instintiva de mi espíritu intuyo el cálido hueco que me dejó su tormentosa presencia. Entonces la extraño y pienso que su paulatina y callada despedida no es más que un caprichoso espejismo que se hará nuevamente realidad si algún día vuelvo a buscar la otra orilla del Atlántico.
Puede que esté solamente callada, descansando de su eterno viaje doloroso y maravilloso. De su irse para volver y de su volver para irse. Ella se sabe esencia trágica de todo profundo amor; penitente afanosa por cuya escalera secreta el alma sube y baja sofocada de impermanencia, de ardoroso afán transitivo. Es el complejo amor-dolor que respira y sangra en el fondo de toda pasión ejemplar y fecunda.
Quizá solamente se alejó para que pudiera sentir la nostalgia de mi Buenos Aires querido y de mis afectos más entrañables. Morriña y nostalgia pueden intuirse como sentimientos similares, sin embargo son muy distintos en su esencia. La morriña es la evocación lírica de la tierra gallega transparentada en la niebla. Es nuestra seña de identidad, nuestra espontánea forma de discurrir, de andar por el mundo, por nuestro mundo, que es siempre y en sus consecuencias últimas, un mundo de paisaje. En cambio la nostalgia es un sentimiento de distancia, de añoranza por los seres amados que están lejos. Son bien distintas aunque en el fondo son hijas de los mismos avatares migratorios.
Comencé este breve compendio de sentires queriendo explicar lo que es la morriña, y en mi caso su repentino irse, pero al final de estas líneas concluyo que sigue siendo indescifrable más allá del idioma intransferible de la experiencia interior, que carece de claves comunicantes. Siento no haber podido ser más clara, pero los morriñentos me entenderán... y los nostalgiosos también.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Cenizas en la niebla, ¡Buen Camino!



¿Cuál es la delgada línea que separa la vida del mundo de ultratumba? Saray no lo sabe, y ni siquiera le preocupa. Ella pertenece a la cepa de las Piñeiro, mujeres raras, que no se rinden ni siquiera en las catacumbas de la muerte.
A Saray Carballo Piñeiro le desvelan otras cosas, como por ejemplo no saber qué hacer con la verdad que buscó obcecadamente desde la infancia. Al fin tiene todas las respuestas —o casi todas—, pero entonces descubre que muchas veces el saber no calma porque detrás de la verdad aparecen los resentimientos y los porqués.
¿Los encontrará en la Ruta Jacobea?
Una frase saqueada al más allá —“Llévame contigo al Camino de Santiago”— impulsa a la protagonista a peregrinar con una pesada mochila a cuestas, que por momentos la enoja, la perturba y la obliga a enfrentarse a sus miedos y a la incógnita de perdonar y perdonarse.
Pasado y presente, vida y muerte, mentiras y verdades a medias se dan la mano para desandar la Ruta de las Estrellas en un vertiginoso viaje donde el amor surge en una sonrisa canalla y en unos ojos de navegante.
“Cenizas en la niebla…” no es en sí mismo un libro sobre el Camino de Santiago. Sin embargo, el Camino se mete —perplejo— en la historia de una familia con demasiados secretos. ¿O será la historia la que se involucre definitivamente en el Camino?...

http://www.bubok.es/libros/235061/Cenizas-en-la-niebla-Buen-Camino

http://www.bubok.com.ar/libros/197435/Cenizas-en-la-niebla-Buen-Camino

domingo, 20 de julio de 2014

Los árboles y los amigos




Una amigo/a es como un árbol: cuando nos abrazamos a él/ella sentimos como su energía amorosa invade el centro de nuestro corazón para sanarnos, fortalecernos y ser mejores personas a partir de su amor. Si nos alejamos sabemos que el árbol-amigo/a siempre nos esperará, sin reproches, solo con la alegría de vernos volver.
Los árboles, como los amigos/as humanos, nos dan herramientas para transitar la vida con más sabiduría a partir de ver en ellos/as nuestros propios defectos y virtudes y saber que no vamos a ser juzgados sino advertidos para nuestro mutuo crecimiento.
“Los árboles me han dado siempre los sermones más profundos”, escribió Hermann Hesse en su obra El Caminante. Mis amigos/as también, y se los agradezco profundamente…
Según el horóscopo celta el árbol que me representa es la higuera. A ver qué dicen mis parientes lejanos…

Tiene gran sensibilidad.
Es fuerte y algo (o mucho, según…) obstinado.
Es independiente.
No soporta las contradicciones.
Es muy familiar.
Es sociable y tiene buen sentido del humor.
Es inteligente y muy práctico.
Tiene tendencia a la pereza y la holgazanería (?????).


Gracias a mis amigos y amigas por quererme así, tan imperfecta…

martes, 13 de mayo de 2014

De colectivos y aberturas...




Seis de la tarde. Hora imposible para viajar en colectivo-autobús en la Ciudad de Buenos Aires. Ni en taxi ni en coche ni en nada que no sean las piernas y darle a la caminata. Que también tiene sus complicaciones (no llevar nada a la vista que te puedan arrebatar, por ejemplo, y aún así…) pero es lo mejor y ayuda a la salud, dicen por ahí.
Pero ayer yo no tenía ganas de transitar las peligrosas callecitas porteñas y me subí al colectivo 95 que me dejaría en la esquina de mi casa. Como de costumbre estaba abarrotado de congéneres aburridos, malhumorados, agresivos, punguistas (descuideros), autómatas empotrados en la pantalla del móvil jugando a algo, y los infaltables fingidores del buen dormir apoltronados en un asiento conseguido por gracia Divina, que simulan una siestita para no cederle el asiento a embarazadas, ancianos, etc., etc.
El colectivo iba a dos por hora, yo estaba parada, amuchada como sardina en lata, hacía calor, los olores varios de un fin de jornada se mezclaban y mi malhumor aumentaba en consecuencia, hasta que me llamó la atención algo que me distrajo de mis males. En un mini asiento de dos (cada vez los hacen más pequeños, como los talles) una mujer de mediana edad hacía malabares para no caerse del asiento (calculé que le quedaban afuera la mitad de las cachas) ya que ella ocupaba la parte exterior, mientras que del lado de la ventanilla había un hombre joven muy entretenido mirando hacia fuera, y con las piernas tan abiertas que parecía tener un mapamundi entre ambas.
Me sentí inmediatamente identificada por haber padecido lo mismo en varias ocasiones. La mujer de tanto en tanto miraba al despatarrado, en un vano intento de hacerle ver que estaba invadiendo gran parte de su espacio. El otro como si nada. En uno de esos vaivenes violentos de los colectivos porteños la mujer se hubiera estampado contra el piso si no fuera porque estaba ocupado por compactas humanidades que frenaron su caída.
Ahora sí, me dije. Ahora le va a decir: “cierra las piernas, cabrón, o si no te las voy a cerrar yo y te va a doler…”. Pero no, la sufrida pasajera tragó la rabia y trató de acomodarse en el minúsculo espacio, resignada a su suerte.
Desde aquí hago un llamamiento a los hombres del mundo: siéntense como les plazca siempre y cuando no invadan ni molesten a la sufrida vecina de asiento. ¿Por qué digo vecina y no vecino? Porque si son dos hombres los ocasionales compañeros de butaca, no pasará nada porque seguramente se dedicarán a competir por ver quién tiene la abertura más grande.

martes, 6 de mayo de 2014

Mi amor imposible



—Eres mi amor imposible. Que lo sepas. Quisiera abandonarme entre tus brazos y dejar que me eleves a los cielos mientras escucho el susurro de tu voz cadenciosa, pero no puedo, créeme.
—No me tienes confianza, temes que te haga daño y huyes de mí.
—¿Te suena esa ridícula frase, no eres tú, soy yo cuando alguien quiere romper una relación?
—¿De qué hablas? Tú y yo nunca tuvimos tan siquiera un pequeño roce.
—De acuerdo. Pero no me hostigues ni me llenes de culpa. Bastante tengo con lo que me pasa.
—¿Y qué es lo que te pasa? Averígualo y tal vez algún día me lo puedas contar apretadita entre mis brazos.
—Y dale que va… De solo pensarlo siento un sudor frío deslizándose por mi cuerpo como una babosa deprimida, mientras el corazón enloquecido de espanto se desboca dentro de mi pecho. Somos incompatibles, estúpido insistidor. Da lo mismo lo que me digan tus adoradores, que te ven tan apuesto y entregado. Nunca seré tuya.
—Persevera y triunfarás. Es un tópico pero tiene su verdad. No me daré por vencido cada vez que te vea pasar frente a mí mirándome de reojo. Una y otra vez abriré mis brazos para que entres en mi vida.
—Tú me das miedo, no puedo remediarlo. Es un miedo mío que nada tiene que ver contigo, aunque a decir verdad he sabido que en algunas ocasiones tu comportamiento es un tanto inestable, por decirlo de alguna manera.
—Estás buscando excusas. ¡Atrévete, ven conmigo! Nada te va a pasar.
—Acéptalo de una buena vez: nuestras vidas transcurren por derroteros bien distintos. Tú yendo y viniendo por un largo y tenebroso hueco, y yo subiendo y bajando interminables escaleras solitarias. Tú eres un ascensor hermético y yo soy una claustrofóbica declarada y asumida. No me tendrás, cubículo asfixiante e impredecible. Adiós. Me esperan mis amigas las escaleras.

lunes, 10 de marzo de 2014

Una ventana al pasado




Al mirar las fotos que encabezan este relato se me ocurre pensar en las paradojas de la vida. A ella, la casa donde nací —literalmente— se la puede ver hace unos pocos años vieja y en ruinas. Yo no estoy tan mal. (Hoy me toca mimar la autoestima).
En la actualidad (fotos de abajo) a ella se la ve espléndida, con las muescas del tiempo reparadas por un liftin completo, e incluso con algunos anexos que la hacen un tanto presuntuosa para mi gusto. En fin, que con el transcurrir del tiempo ella está más joven y yo tengo dos o tres arrugas más, que nunca me quitaré porque me las he ganado dignamente en el concurso de la vida.
Cada vez que tengo la dicha de visitar O Busto, mi pueblo, me cuesta reconocer a simple vista la que fue mi casa. Sin embargo, debajo de su flamante fachada están las piedras que guardan mi infancia. (Algunas quedaron). Y como las piedras tienen memoria, solo tengo que apoyar la mano sobre ellas para escuchar las voces de los seres amados que dejaron sus huellas en su alma granítica: mi madre, la abuela Pilar, el abuelo Joaquín, mi entrañable amigo Evaristo, Malbina, Celso, Delia, mis primos… La lista es larga y todos están ahí.
Incluso puedo escuchar el alboroto de las ánimas en pena que asolaban el desván, según mi madre. “Ahí solo hay ratas”, decía el abuelo que, llamativamente, siempre tenía un cuento de aparecidos para entretener las largas noches de invierno.
Recuerdo cuando mamá me despertaba en plena noche porque escuchaba ruidos en el faiado y ¡teníamos que ir a ver! Ella no podía quedar amparada en el calor de la cama esperando que los ruidos que sobrevolaban nuestras cabezas callasen. No, tenía que ir a enfrentar a los intrusos, fuesen de este mundo o del otro, tanto le daba. Mamá delante, sosteniendo un candil de tenue luz espantafantasmas, y yo detrás aferrada a su camisola subíamos la escalera hacia el desván donde tan pronto lo alumbrábamos todo era silencio y soledad.
Me gusta imaginar el desconsuelo de las ánimas que atronaban nuestro desván buscando llamar la atención para que fuéramos a visitarlas, cuando mamá y yo marchamos para siempre. Nadie como ella alumbraría jamás la eternidad de sus noches.



domingo, 23 de febrero de 2014

Una mujer... con etiqueta



Ahí está ella, lo más campante con la etiqueta de la blusa colgando en la espalda, como diciendo: ¿ven?, estoy de estreno.
Tuve intenciones de hablarle pero no me animé, pues con ella había un grupo de personas (convenientemente ocultadas en la foto) y me costaba entender que ninguna de ellas se hubiera dado cuenta del peculiar artilugio que adornaba la espalda de su compañera de mesa.
Era difícil no sonreír. Tal vez la señora estaba cansada de que le preguntaran cuánto le había costado tan hermosa prenda o dónde la había comprado.
Pues ahí lo tienen… Lean y no me molesten más.
¡Guapa! Yo te reivindico, anónima mujer. Antes de que la pandilla de prejuiciosos que andan/andamos por el mundo te etiqueten, gánales de mano, cuélgate tu propia etiqueta y mándalos a tomar… lo que tengan ganas.

sábado, 22 de febrero de 2014

La maleta del emigrante



Ahora,
en esta hora inocente,
yo y la que fui nos sentamos
en el umbral de mi mirada.

                              (Alejandra Pizarnik)


Querida gente, les presento a unos de mis libros, que cuenta una historia que puede ser la mía, la de Juan, Camilo, Evaristo, Dorinda, Emilio, Dolores, Maruxa, Manuel, Modesta… Y hasta la de Lina, una mujer que al perder su maleta de emigrante su mente extravió los recuerdos. Entonces comenzó a recordar con la morriña del alma, que jamás muere.

A continuación les dejo el párrafo que está en la contraportada de “La maleta del emigrante”, que tal vez les aclare un poco más de qué va este libro.


“(…) Quizá sean ideas mías, abuelo, pero siento que este diciembre de aquí no es totalmente mío como el de allá. Aquí nada es mío, como si estuviera siempre de visita. Doña Francisquita dice que eso es así al principio pero después echamos raíces y ya nos sentimos como en casa. ¿Después cuándo, abuelo? ¿Después de qué?”.
Así le escribía una niña de diez años al abuelo que estaba en la aldea. Es que los sueños de los pequeños emigrantes no estaban adelante, como los de sus padres. Quedan atrás, desdibujándose, muriéndose en el adiós. Al llegar al nuevo mundo tenían que reinventarse, desde la cotidianeidad hasta en los sueños, y no estaban preparados.
“(…) ¿Se acuerda cuando usted me decía que yo siempre andaba papando moscas, y yo le contestaba que no era eso sino que estaba buscando sueños, como hacía el niño de aquel libro que me regalara el tío Juan? Bueno, pues ahora sí que ando papando moscas porque los sueños no los encuentro”.
En el poso de la memoria de América quedarán para siempre recuerdos y leyendas ancestrales escuchadas al calor del lar en las cocinas gallegas.
Quedarán, también, las maletas que subyacen en el alma de cada emigrante.

 

Este libro obtuvo el Accésit en el I Certamen Literario Ramón Rubial.
(Madrid, 30 de marzo de 2009)

jueves, 13 de febrero de 2014

El limonero de Axel





Pobre limonero de fruto amarillo
cual pomo pulido de pálida cera,
¡qué pena mirarte, mísero arbolillo
criado en mezquino tonel de madera!



Los versos de Antonio Machado poco tienen que ver con el limonero que crece en mi balcón. Lo de, “qué pena mirarte, mísero arbolillo” no le compete, aunque el “mezquino tonel de madera” por el momento es lo que hay.
Yo lo miro maravillada, y le declaro mi amor cada vez que lo riego mientras acaricio sus hojas intensamente perfumadas… de limón.
Es que es un arbolito muy especial. Nació de las manos de uno de mis amores, el de los ojos verdeazules más hermosos del mundo mundial: Axel. Un día de hace unos cuantos meses el peque agarró un medio limón y me preguntó si le podía sacar las semillas y ponerlas en una maceta con tierra para que creciera un limonero.
Desde luego que acepté, solo por darle el gusto (las abuelas tenemos el sí fácil), pues debo confesar con cierta vergüenza que no le tenía mucha fe al experimento. Axelito distribuyó las semillas en la maceta, las cubrió con tierra y luego echó agua como para que nadasen, lo cual reforzó mi pensamiento en cuanto a que allí solo podían crecer malas hierbas.
Y así sucedió. Las malas hierbas crecieron pero en medio se fueron abriendo paso unas hojas verdes y alargadas que me hicieron sospechar que el limonero de Axel estaba decidido a desafiar la polución de un balcón asomado a una calle demasiado transitada, y a crecer en un “mezquino tonel de madera”.
Y vaya si crece, pronto alcanzará la altura de Axel, que ya plantó un árbol.
Ahora le falta escribir un libro y tener un hijo.

Gotas de lluvia

Incontables gotas de lluvia deciden morir en mi ventana. Se estrellan con furia para luego resbalar en un largo dejarse ir.   Cal...