Según parece los vivos tenemos la necesidad de poner un día específico para homenajear a las madres, padres, amigos, mujeres… Como si nuestra frágil memoria tuviera la necesidad de un recordatorio para el amor y la celebración.
Yo no estoy de acuerdo para nada con estos acontecimientos meramente comerciales.
Respecto del día de hoy, mis muertos amados deambulan diariamente por mi alma, presentes e inolvidables, sin necesidad de un recordatorio. Todo en paz y en armonía con los del más allá.
Hasta que hace unos días el Vaticano nos dejó a mis padres y a mí al borde de la herejía. Dios mío, ¿qué pasó?
En un documento firmado por el papa Francisco se deja bien claro que a partir de ahora "no se permite la dispersión de las cenizas en el aire, en la tierra o en el agua o en cualquier otra forma, o la conversión de las cenizas en recuerdos conmemorativos, en piezas de joyería o en otros artículos".
La cuestión no queda ahí, pues al parecer la prohibición pretende evitar cualquier “malentendido panteísta, naturalista o nihilista”.
Solo la sepultura "demuestra aprecio por los difuntos". Con solo leerlo me recorre el cuerpo un frío sepulcral. El aprecio por los difuntos, papa Francisco, lo sentimos y demostramos quienes los llevamos en el corazón hasta el fin de nuestros días, y punto.
Las cenizas de mi madre, Dorinda, están en la cumbre del Monte Castrove (Pontevedra) donde ella fue feliz.
Allí la llevé yo desde Buenos Aires. Ni ella ni yo habíamos vuelto a Galicia. Y en las largas noches de quimioterapia, una vez al mes durante un año, las dos soñábamos con volver a nuestra tierra.
—Cuando se ponga bien, mamá, iremos juntas a Galicia. Como sea pero volveremos, se lo prometo.
Recuerdo la mirada resignada de mi madre y su voz cansada:
—Ti volverás, Carmiña. Eu non… (Tú volverás, Carmiña. Yo no…).
Tardé unos años pero cumplí la promesa. Volvimos juntas. No de la manera que hubiéramos querido, pero recorrimos buena parte de Galicia junto a tres amigas, que se turnaban para cargar el bolso con mi madre metida en una caja de castaño. Hasta que al fin la llevamos al lugar con el que soñaba hasta el último minuto de su vida.
¿Será éste un “malentendido panteísta, naturalista…”? Yo no lo creo así, y mi madre estaría de acuerdo conmigo. También mi padre, Camilo, cuyas cenizas navegan en las aguas del antiguamente llamado Balneario, un lugar a orillas del Río de La Plata. El puerto. Ahí llegamos.
Y desde ahí se fue en el último viaje.
¿Y conmigo qué harán? Ya he dejado instrucciones. Soy una mujer de una profunda Fe cristiana, y con un alma inmensamente libre y panteísta.
¡Sean felices y libres!!!
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