sábado, 29 de octubre de 2016

Las Mujeres Raras tienen voz



 Aquí les dejo un experimento casero, muy de principiante (pido disculpas por eso). Se me ocurrió ponerle voz a Las Mujeres Raras. Confieso que cuando escuché mi propia voz descarté por completo el asunto, para no ahuyentar a los posibles lectores.
"Cómprate un micrófono nuevo y te vas a escuchar mejor", me aconsejaron.  Podría ser, dije esperanzanda. Y compré la "bolita micrófono" que se ve en la foto.
Está muy bien, pero tampoco hace milagros.


Es lo que hay, pensé resignada.
Así  que si quieren escuchar algo de lo que siente y piensa la protagonista de "El Camino de las Mujeres Raras", Saray, solo perderán (o no....) cuatro minutos de vuestro tiempo.
Si lo que quieren es leerlo, en Amazon lo van a encontrar.
Sean felices, y atrévanse a hacer el tonto de vez en cuando. Es saludable...



viernes, 7 de octubre de 2016

Mujeres raras 1. La tía Emi



La decisión de cambiarle el título a mi último libro (antes “Cenizas en la niebla…”) “El camino de las mujeres raras”, me ha llevado a pensar en las mujeres raras de mi familia, tanto materna como paterna.
Y algunas hay, hubo y habrá, que merecen ser reconocidas.
Con casi cien años y dando batalla, hoy les hablaré de la tía Emi, hermana de mi madre, a quien tuve el placer inmenso de abrazar hace solo dos meses en su casa de Pontevedra.
Ella fue una de las tantas mujeres a quienes Rosalía de Castro denominó “viúvas de vivos e mortos” (viudas de vivos y muertos).
Las viudas de vivos eran las mujeres cuyos maridos emigraban en busca de un mejor porvenir para su familia. En el caso de la tía Emi se quedó con tres hijos pequeños mientras su hombre embarcaba para Buenos Aires prometiendo que en cuanto se estableciera los reclamaría para volver a juntarse en el nuevo mundo. Y mientras tanto, le mandaría algún dinero para ayudarla a criar a los niños.
En esto el tío Fer no fue muy original, pues todos los hombres que marchaban siempre prometían lo mismo. Unos cumplían, y otros muchos, no. El marido de la tía fue de los últimos. En cuanto llegó a Buenos Aires el viento del Río de la Plata barrió de su cabezota las promesas que le hiciera a su mujer.
Así las cosas, en una aldea de la Galicia de los años cincuenta la tía no tuvo otro remedio que arreglárselas sola para mantener a sus hijos. Era una más de entre las viudas de vivos. Seguramente si hubiera enviudado de “verdad”, no tendría ese rencor creciéndole en el alma, imparable y alimentado día a día.
Los años fueron pasando, los hijos de la tía fueron creciendo como podían y ella a fuerza de sacrificio y ayudas compró un pasaje a Buenos Aires cuando supo, después de una larga pesquisa, que el fulano que aún seguía siendo su marido tenía un muy buen trabajo y el muy caradura estaba cobrando, desde hacía años, el salario que le correspondía por tener hijos menores, y guardándolo para sí mismo mientras ellos en la aldea luchaban por sobrevivir.
Había llegado el momento de arreglar cuentas con el canalla. Le pidió a la familia (la de Galicia y la de Buenos Aires) que no se metieran en sus decisiones, que ella sabía muy bien lo que tenía que hacer.
Y vaya si supo. Al día siguiente de llegar a la capital argentina averiguó la dirección del Palacio de Tribunales y allá se fue sin más acompañamiento que su decisión de hacer justicia.
—Quiero ver a una abogada, entiende... Tiene que ser mujer y que me atienda gratis —le dijo la tía Emi en un gallego castellanizado o en un castellano galleguizado al de la mesa de entradas.
La entendieron y la atendieron.
La abogada que le tocó tomó su caso y el resultado final fue que al tío Fer lo despidieron del trabajo (había mentido en cuanto a que tenía sus hijos a cargo) y pagó lo que la ley consideró, si no quería ir a la cárcel.
—¡No quiero el dinero! —gritaba la tía enfurecida— quiero verlo tras las rejas.
Es lo que tienen las mujeres raras, siempre van hasta el hueso.
Hoy la tía —que nunca tuvo otra pareja—, es viuda de verdad, y cuando recuerda este episodio sonríe satisfecha.
—Carmiña, nunca deixes de facer o que che pete. Antes pensaban que as mulleres eramos parvas e que podían facer con nós o que quixeran. ¡Parviños! Eu aínda fago o que me da a gana.
Quérote tía!

miércoles, 5 de octubre de 2016

Perdonar sí, olvidar, ¡jamás!


 “Quien no es capaz de perdonar, destruye el punto que le permitiría pasar por él mismo. Perdonar es olvidar. El hombre perdona y siempre olvida; en cambio la mujer solamente perdona.” (Mahatma Gandhi).

Pues se ve que Gandhi conocía algo el alma femenina. Así es, las mujeres somos capaces de perdonar pero olvidar, ¡jamás!
¿Somos rencorosas? No. Somos memoriosas. ¿Se puede perdonar sin olvidar? Las mujeres, por lo menos las que conozco, dirán que sí sin dudarlo. 
Saray, protagonista de "Las Mujeres Raras", se pregunta por qué no puede sanar el resentimiento y perdonar. Difícil pregunta. Tal vez ella encuentre la respuesta en la mochila que lleva a cuestas, literalmente.
Hay mochilas físicas y emocionales. Y éstas son las que más pesan. Perdonar a quien nos hizo daño es liberador. A veces se puede, y otras veces no...
¿Podrá Saray perdonar? Otra mujer, su madre, tal vez la ayude...




Y me fui. Sin mirar a nadie, sin despedirme del cadáver frío y ausente que ya no era mi madre, cuya muerte nos había quitado el manto piadoso que cubría nuestras miserias.
Antes de cerrar la puerta miré a mi padre. Estaba tranquilo, demasiado tranquilo. Quizá repasaba la próxima escena de su tragicomedia de entrecasa para interpretarla cuando lo creyera conveniente. Yo no le creía nada, y él lo sabía muy bien.
La noche, con su frío y su niebla de noviembre, me devolvió la conciencia adormecida durante horas o tal vez siglos en aquel horrible lugar de muerte. Si por lo menos pudiera llorar o gritar o golpear a alguien. Tenía algunos candidatos y candidatas en mente que se merecían un buen mamporro, incluyéndome. ¿Por qué no podía seguir con mi vida sin mirar atrás? ¿Por qué no era capaz de sanar el resentimiento y perdonar? ¿Qué haría de ahí en más con las preguntas que mi madre nunca me podría contestar? ¿Dónde pondría los abrazos que el rencor me impidiera darle?
A veces hay que tener mucho coraje para pensar en lo que se piensa. Pensar inevitablemente, como un condenado a muerte, sin descanso. 

Agobiada por un cúmulo de sentimientos caminé hacia el coche dispuesta a no detenerme hasta llegar al aeropuerto y embarcar en el primer avión que saliera para Madrid.
—«Llévame contigo, Saray».
Hay voces que permanecen, tan inconfundibles. Hay voces que son como una herida en el adentro, que es donde más duelen las heridas. «A partir de hoy vivirás con tu abuela. La casa de mi madre será tu casa».
Hay voces que no pierden su color al traspasar las tinieblas de la muerte. ¿Por qué no estaba sorprendida? Tal vez porque soy una Piñeiro, mujeres raras, que hasta se pueden enamorar de un fantasma.
—¿A dónde quieres que te lleve, mamá? Estás muerta, acabo de dejarte en un espantoso ataúd.
—«Al Camino, llévame al Camino de Santiago».

martes, 4 de octubre de 2016

Un paseo por Viena



Kursalon, Viena. 

Hace un año ya de aquella gran noche (casi dos horas), donde pudimos disfrutar de obras maestras de Strauss y Mozart, además de piezas maravillosas de la rica historia musical de Viena. 
En esta sala bellísima celebró su primer concierto Johann Strauss el 15 de octubre de 1868.


 Ópera de Viena






domingo, 2 de octubre de 2016

El Camino de las Mujeres Raras


Portada completa para la versión en papel. 
Ilustración: Editorial Ikon


¿Por qué las “Cenizas en la niebla” terminan trazando “El camino de las mujeres raras”?
Bueno, tengo varias respuestas al respecto pero prefiero —para no aburrirlos— sintetizarlo en una sola: un día yo, que había parido un magnífico crío (un poco de ego no viene mal), me di cuenta de que ni el nombre ni el ropaje (léase título) le eran afines.
 Metáforas aparte, no es fácil encontrar el título que encarne fielmente la sustancia de lo que el autor quiso expresar en cientos de hojas trabajosamente pobladas de palabras. 
Y como no es fácil, a veces nos equivocamos. Eso pensé cuando me zambullí en mi obra una vez más de tantas, pero en esta ocasión no para corregir sobre lo corregido (la obra no se tocó) sino para ver si los personajes me daban ese título que yo no encontraba.
Y vaya si me lo dieron... ¿Acaso me había olvidado de ellas?
Ellas, las mujeres que pueblan este libro. Raras, excepcionales, con una justa y necesaria chispa de locura, como la abuela de Saray, la protagonista, rara por demás. Insólitas, rebeldes mujeres capaces de vengarse y matar desde la tumba. Y de enamorarse una y otra vez, desesperadamente.
“(Martín) Me espera a mí, mujer imperfecta y desconfiada, que come el amor en tres bocados y luego escapa, huye a donde no la pueda alcanzar el miedo que lleva escrito en el cuerpo”.
Y así, escuchando a mis personajes desde la perspectiva de lectora y no de hacedora, surgió "El camino de las mujeres raras". ¿Les gusta?
Ya con el título definido, faltaba la portada, magníficamente ilustrada por Editorial Ikon. (Gracias Marcela por tu paciencia).

“El camino de las mujeres raras” los está esperando, queridos lectores. No se pierdan, ni se lo pierdan.https://amzn.com/B01LXDJ2X3
¡Que sean felices!

Gotas de lluvia

Incontables gotas de lluvia deciden morir en mi ventana. Se estrellan con furia para luego resbalar en un largo dejarse ir.   Cal...