Seguramente cada persona tendrá una respuesta distinta en cuanto al olor de las flores de la retama, xesta en gallego. Para mi compañero de la vida (y del Camino de Santiago) huelen a chocolate. Para mí tienen el olor dulce y nostálgico de la niñez...
En cambio para la abuela de la protagonista de "Cenizas en la niebla, ¡Buen Camino!", olían a esperanza, pero solo cuando llovía. Aquí les dejo un pequeño párrafo sobre "la retama de la esperanza".
(...) —¿Te acuerdas de la retama que de un día para otro comenzó a crecer en medio de la huerta?
—«Desde luego. La aparición de la retama
coincidió con tu llegada a Bustomeu. Entre verduras, pimientos, tomates y coles
la retama fue imponiendo su presencia sin que nadie se fijara demasiado en
ella. Excepto mi madre. Hoy comprendo que ése era su árbol. Todas las mujeres
de la familia tuvieron un árbol que les ayudó a vivir y a morir».
—La abuela aseguraba que el nacimiento
espontáneo de la dichosa retama era una señal de que algo bueno iba a suceder
porque estaba convencida de que olía a esperanza, aunque solamente cuando
llovía. Entonces agarraba un viejo capote heredado de su padre, que siempre
estaba colgado detrás de la puerta, y salía a empaparse de la esperanza que la
retama le ofrecía tan generosamente.
»Un día decidí seguirla sin que me viera y pude comprobar el extraño ritual
que la abuela tenía con la retama. Al llegar junto a ella extendió los brazos
como si quisiera estrecharla contra su pecho, y con la punta de los dedos
acarició suavemente las hojas brillantes de lluvia. Luego, con infinita ternura
fue hundiendo su cara entre las ramas florecidas hasta perderse en el alma del
árbol y llenarse de esperanza, o eso pensé. La abuela no solo podía oler la
esperanza sino que la veía, la palpaba, sentía su abrazo sanador.
(…) »Yo estaba con ella aquella tardenoche en
que se desató un terrible temporal. La abuela preparaba la cena para las dos y
yo estaba en mi habitación estudiando cuando de pronto comenzó a llover. Por la
fuerza de la costumbre esperé escuchar la puerta cerrarse detrás de ella,
siguiendo el ritual de lluvia, capote, huerta y retama. Como pasaron los
minutos y nada sucedió, decidí ir hasta la cocina para ver qué ocurría. Yo
estaba habituada a las rarezas de la abuela Pilar, pero aquella vez sentí una
fuerte inquietud cuando la vi parada frente a la ventana mirando hacia la
huerta.
»La lluvia batía contra el tejado como si
quisiera sacudir conciencias y el viento vareaba la retama de la abuela con
violencia. “Parece que hoy no quieres mojarte”, le susurré como quien entra de
puntillas en la intimidad de un mundo que no le pertenece. “Es que hoy la retama no huele a esperanza, neniña, huele a despedida. Desde aquí
puedo sentir el punzante aroma del adiós. Pronto voy a morir, y lo que me duele
no es el fin de mis días sino el no haber logrado sembrar la esperanza en el
corazón de mi familia. Siento mucho
no haber hecho lo suficiente para evitarles tanto sufrimiento pero eso, como
otras tantas cosas, ya no tiene remedio”.
»Y al día siguiente por la mañana la abuela
Pilar murió. Entonces fui a la huerta y corté un gran manojo de ramas florecidas de su retama
y se las puse entre las manos para que no le faltara la esperanza en el más
allá (...)
Yo espero haber plantado la retama de la esperanza en el
corazón de mis amores, y además ansío tener la gracia de verla crecer y florecer cada vez que la vida les muestre su cara menos amable.
2 comentarios:
Que hermoso relato y descripción,me recuerda cuando mi padre nos mostraba la xesta y nos contaba como florecían en su Galicia natal.Que pena que hoy se ven muy pocas aquí,o por lo menos yo no veo tantas como antes.Felicidades Carmen hermoso como todo lo que escribis.Bicos Alicia.
Gracias, Alicia. Yo intenté dos veces verlas crecer en mi balcón pero ninguna prosperó, y no las culpo... Su lugar son los montes de de Galicia...
Bicos amiga
Publicar un comentario