lunes, 26 de abril de 2010

La Feria del Libro y la intolerancia

Hoy me siento triste, decepcionada, angustiada. Quisiera tomar el primer vuelo intergaláctico y huir de este podrido mundo, vacío de cordura.
Si después de esta introducción los seres sensibles no quieren seguir leyendo, los entenderé, de verdad.
El viernes pasado fui a la Feria del Libro de Buenos Aires, convencida de pasar unas horas agradables recorriendo los stands y hojeando libros. A las 18 horas me dirigí al stand de la Xunta de Galicia para asistir a la firma de ejemplares del escritor gallego Xosé Carlos Caneiro. De sus libros elegí la novela “Ámote” (Te amo), que me dedicó con esa forma tan especial que tiene de escribir, y que tanto me gusta.
Luego seguí recorriendo la feria y escandalizándome de los precios abusivos de los libros, pero mucho más me escandalicé cuando desde una de las salas salió una turba de gente gritando y a los empujones, que me dejó paralizada, lo mismo que a los incautos que habíamos pagado nuestra entrada para asistir a un evento cultural… y solo cultural.
Se trataba de lo que pretendió ser una presentación más en la Feria del Libro y se convirtió una batalla de agresiones, insultos e interrupciones, que impidieron a la médica cubana Hilda Molina presentar su obra. Aquí también, pensé como si ese lugar fuera el templo del pensamiento plural y elevado, donde los intolerantes, ofensivos y ridículos no tuvieran cabida. Qué ingenua soy, viviendo como vivo en un país y en un mundo atravesado por la violencia.
Llegué a mi casa decepcionada y triste, pero todavía me faltaba escuchar que ayer domingo se produjeron graves incidentes en la Feria cuando se presentaba Indek: historia íntima de una estafa, del periodista Gustavo Noriega. Un grupo de inadaptados, que se identificó como defensor del gobierno nacional, interrumpió el acto y todo terminó con trompadas, sillas volando, gente en el piso, dos detenidos y un integrante de la Seguridad de la Feria herido.
Los libros pueden ser motivo de debate, pero hay gente que lo confunde con combate, que suena parecido pero es bien distinto: se debate con la palabra y se combate a las trompadas y a los sillazos, en el mejor de los casos.
Para poner un poco de amor en esta nota les dejo la tapa del libro de Caneiro, que me inspira.

El amor, ese bálsamo, medicina, bálsamo, medicina.
¡Cómo te quiero! A ti, quien seas. A ti, amor. Amor.

lunes, 19 de abril de 2010

¡Socorro! Mi dentista está estresado

Nadie elije cómo se siente o cómo y cuándo le salta el automático. Sin embargo algo debe ocurrir cuando a un señor profesional, de exquisita educación y amabilidad, en correcto uso de sus facultades mentales se le sube la pólvora al tejado y se convierte en un ser desquiciado.
Así encontré a mi dentista cuando llegué puntualmente a su consultorio. “El doctor está ¡muy!!! retrasado con los horarios”, me dijo a modo de saludo la asistente. Así debía ser pues la sala de espera estaba llena de caras largas y ansiosas, contrario a lo habitual. Muy bien, pensé resignada. Nada ni nadie logrará alterar el control de mis emociones, por lo menos por hoy. Esperaré en compañía del libro que llevo en el bolso como apoyo logístico para tales circunstancias.
Eran las 6 de la tarde de una jornada caótica en la sufrida Ciudad de Buenos Aires y para mi satisfacción había logrado escaparle a la locura cotidiana. Sin embargo, me era difícil concentrarme en la lectura mientras la mujer que tenía enfrente pasaba las páginas de una vieja revista como si quisiera pulverizarlas, un joven hablaba por el móvil como si el otro fuera sordo, y dos señoras despellejaban a una tercera (la turra, según ellas), sin miramiento alguno.
Después de casi una hora larga de espera me toca el turno.
—Hola Carmen, ¿cómo estás? A mí ni me preguntes porque podría subirme por el obelisco solamente valiéndome de mi rabia.
—Es un día difícil.
—¿¡Un día!? Por favor, todos los días son difíciles, insoportables en esta ciudad anárquica, desquiciada. Abrí la boca… Te voy a tener que anestesiar. Ojalá pudiera anestesiar por 50 años a esa turba de vagos que inundan las calles.
Obedezco la imperativa orden mientras miro su cara contraída encima de la mía y la jeringuilla en su mano apuntándome. Mientras la anestesia va penetrando en mi encía cierro los ojos e intento relajarme, om om om. Es difícil, el nerviosismo de él se siente en el aire mientras yo intento sostener el mío para que no suelte amarras.
—¡Tres horas estuve dando vueltas con el coche, ¡¡¡tres horas!!! intentando sortear los piquetes que rodean la capital. Y la gente aquí esperándome. Pero lo tenemos merecido ¿no te parece?
—Hummjamnm
—Abrí grande la boca, más grande Carmen por favor!!
—Ajajaaahumm #$%#
Cerré los ojos y puse a funcionar todos mis métodos de relajación en cuanto el torno comenzó a silbar dentro de mi boca y la boca del dentista no cejaba en sus quejas y denuestos a granel.
—¿Vos te das cuenta en qué país vivimos? No se puede trabajar, ni salir, ni llegar a tu casa tranquilo. ¡Esto no se aguanta más!
—%&$”?&/%&/()%$!
Mi cuello se tensa, las manos me sudan y abro los ojos para fulminarlo con la mirada, pero él ni se entera, hasta que termina. Entonces, con media cara dormida al fin puedo gritarle con todas mis ganas contenidas.
—¿Por qué me haces preguntas cuando sabes que no te puedo contestar? ¿Por qué arruinaste mi día? ¿Por quéeeeeeeeeeee? ¡Eres un piquetero de la odontología!
Me fui dando un portazo. Aún me faltaba un buen trecho para llegar a mi casa y mis propósitos de tener una jornada serena y en equilibrio naufragaron en el consultorio de mi dentista… estresado.

martes, 13 de abril de 2010

Camino de Santiago, metáfora de la vida


Aquí estoy, asomada a la ventana del hotel O Cebreiro. El viento helado me acaricia la cara y el alma, aterida por las emociones. ¡Me siento tan feliz! Me cuesta creer que al amanecer comenzaremos a caminar hacia Santiago. O Cebreiro duerme, igual que mi Pedro, metido hasta la cabeza entre todas las mantas que encontró disponibles, luego de una estupenda cena: de primero caldo gallego, luego merluza con patatas y de postre queso con miel. Y también un buen vino para acompañar y celebrar que el Camino quizás nos dé la gran oportunidad de reencontrarnos en esta etapa-bisagra de nuestras vidas.
Yo no puedo ni quiero dormir, tal es mi ansiedad por estrenarme como peregrina. La ventana del hotel acota el paisaje de sombras con luz de luna. Voy a salir. Hace mucho frío pero no me importa.
Ya estoy a merced de la noche, bendita noche. El susurro de mi voz hiere el silencio que amorosamente se acuesta en este mundo que parece sacado de la misma memoria de los siglos. Las pallozas son como fantasmas circulares con grandes sombreros de paja mirando al cielo, que poco a poco se va cubriendo de nubes que tapan la luna y opacan las estrellas. Tengo ganas de llorar, y no me privo. ¿Podremos llegar a Santiago? Inevitablemente mi entusiasmo se pelea con las dudas.
Las dudas y el miedo no son los mejores compañeros de una peregrina, así que ¡buen Camino Carmiña!

La grabadora me devuelve mi voz estremecida en aquella noche del 1º de junio de 2008, víspera de mi encuentro con el Camino de Santiago. Han pasado casi dos años y nunca intenté poner en orden cientos de anotaciones y algunas horas de grabación de tan maravillosa experiencia.
¿Por qué no escribí sobre el Camino teniendo en cuenta que era uno de mis propósitos? No lo sé, así de simple. Me lo he preguntado y me lo han preguntado muchas veces, sin que pudiera hallar una respuesta valedera que no sonara a excusa.
Lo que hoy me impulsó a escribir esta entrada fue el comentario de un caminante que consideraba que el “verdadero” peregrino es aquel que se deja la piel en el Camino y no quienes van ligeritos de equipaje y duermen en hoteles en vez de hacerlo en los albergues.
Pues no estoy de acuerdo con este señor, encargado al parecer de catalogar a los peregrinos según su estrecho criterio. Y no lo estoy por ser yo misma y mi compañero dos de esos peregrinos menoscabados en su condición, lo cual no me hará parecer muy objetiva cuando digo que el espíritu del Camino no tiene nada que ver con dormir en un albergue, a cielo abierto o en una cómoda cama, o en caminar más o menos quilómetros en cada jornada, o llevar 20 kilos sobre la espalda, o nada.
El Camino es solidaridad, es alegría, es amor, es descubrimiento, es reflexión, es espiritualidad, es viaje interior, es desafío, y también es sacrificio, pero lo justo y necesario. Así lo pensamos mi compañero y yo cuando decidimos: 1º) utilizar el servicio de transporte para llevar las mochilas, y 2º) no parar en los albergues sino en hospedajes. Esto tiene que ver con cierta comodidad que hace unos cuantos años atrás, en mis tiempos de hippie controlada (por mi madre) no me hubiera importado. Mi espíritu aún conserva intacta la rebeldía y las ganas, pero mi cuerpo parece estar demasiado acostumbrado a la vida moderna y sedentaria. ¿Esto nos hace menos peregrinos? Definitivamente no.
El Camino es lo que cada peregrino quiera hacer de él. Igual que en el camino de la vida.

viernes, 2 de abril de 2010

Alergias canallas


Odio las alergias que no saben explicarse por sí mismas. Bueno, en realidad odio las alergias en general. Con cada cambio estacional las alergias se apoderan de mí con saña desproporcionada. Y cada año que pasa parece ser peor.
El caso es que compañeros circunstanciales, amigos, vecinos y hasta familia no dejan de hacer elucubraciones antojadizas sobre mi estado de toses, estornudos y ojos picosos.
“¡Vaya resfriado que tienes!” No es resfriado, es una alergia estacional.
“Yo que tú iría al médico, porque nunca se sabe, hay muchos virus dando vueltas por ahí…”. Ya fui, y no tengo ningún virus, es alergia.
“Yo (uno de tantos “yoes”) estuve con un estado así y resulta que el médico me trató como si fuera la gripe A, por la dudas”. No es mi caso, estoy con un estado alérgico, y tu médico es un animal.
“Si es alergia, supongo que YA sabrás a qué”. Desde luego: soy alérgica a la gente entrometida y estúpida que no escucha al otro sino que lo interpreta y luego saca sus propias conclusiones… estúpidas.
Seguramente para el día del amigo recibiré un saludo menos, pero siento una intensa alergia a los sabelotodo, esos seres de dos patas e igual número de neuronas que cualquiera sea el tema del que se esté hablando, siempre tienen una respuesta a mano, y lo que es peor, sin que nadie se la pida.
Ahora que lo pienso, quizás los culpables de mis alergias no sean solo el polvo doméstico, ácaros, polen, etc. También tengo alergia a los que elevaron la estupidez a dogma, a los que no saben abrazar con el corazón, a los animales enjaulados, a las mujeres que se ponen dos globos por tetas para subir la autoestima (?????), a los hombres que se nos sientan al lado en el autobús y abren las piernas como si tuvieran “algo” tan importante en la entrepierna que les impide juntarlas, a los que en la fila de lo que sea se nos pegan a la espalda hasta sentir su respiración en la nuca, a los que se les “escapa” el final de una película cuando tú aún no la has visto, al aborregamiento de las masas, a los violentos que generan violencia, a las presidentas que siguen usando el apellido del marido, y al árbol que se enmarca en mi ventana, que aún no se enteró que ya llegó el otoño. A estas alturas, el año pasado estaba desnudándose con elegante sobriedad, dejando en la acera una hermosa alfombra de hojas doradas. Anda algo despistadillo el pobre, y no es para menos con los 33 grados de temperatura en pleno abril.
Es que haciendo referencia a mi Perfil, en estos momentos me toca estar en Argentina, luchando con mis alergias estacionales, emocionales y canallas.

Gotas de lluvia

Incontables gotas de lluvia deciden morir en mi ventana. Se estrellan con furia para luego resbalar en un largo dejarse ir.   Cal...