Nadie elije cómo se siente o cómo y cuándo le salta el automático. Sin embargo algo debe ocurrir cuando a un señor profesional, de exquisita educación y amabilidad, en correcto uso de sus facultades mentales se le sube la pólvora al tejado y se convierte en un ser desquiciado.
Así encontré a mi dentista cuando llegué puntualmente a su consultorio. “El doctor está ¡muy!!! retrasado con los horarios”, me dijo a modo de saludo la asistente. Así debía ser pues la sala de espera estaba llena de caras largas y ansiosas, contrario a lo habitual. Muy bien, pensé resignada. Nada ni nadie logrará alterar el control de mis emociones, por lo menos por hoy. Esperaré en compañía del libro que llevo en el bolso como apoyo logístico para tales circunstancias.
Eran las 6 de la tarde de una jornada caótica en la sufrida Ciudad de Buenos Aires y para mi satisfacción había logrado escaparle a la locura cotidiana. Sin embargo, me era difícil concentrarme en la lectura mientras la mujer que tenía enfrente pasaba las páginas de una vieja revista como si quisiera pulverizarlas, un joven hablaba por el móvil como si el otro fuera sordo, y dos señoras despellejaban a una tercera (la turra, según ellas), sin miramiento alguno.
Después de casi una hora larga de espera me toca el turno.
—Hola Carmen, ¿cómo estás? A mí ni me preguntes porque podría subirme por el obelisco solamente valiéndome de mi rabia.
—Es un día difícil.
—¿¡Un día!? Por favor, todos los días son difíciles, insoportables en esta ciudad anárquica, desquiciada. Abrí la boca… Te voy a tener que anestesiar. Ojalá pudiera anestesiar por 50 años a esa turba de vagos que inundan las calles.
Obedezco la imperativa orden mientras miro su cara contraída encima de la mía y la jeringuilla en su mano apuntándome. Mientras la anestesia va penetrando en mi encía cierro los ojos e intento relajarme, om om om. Es difícil, el nerviosismo de él se siente en el aire mientras yo intento sostener el mío para que no suelte amarras.
—¡Tres horas estuve dando vueltas con el coche, ¡¡¡tres horas!!! intentando sortear los piquetes que rodean la capital. Y la gente aquí esperándome. Pero lo tenemos merecido ¿no te parece?
—Hummjamnm
—Abrí grande la boca, más grande Carmen por favor!!
—Ajajaaahumm #$%#
Cerré los ojos y puse a funcionar todos mis métodos de relajación en cuanto el torno comenzó a silbar dentro de mi boca y la boca del dentista no cejaba en sus quejas y denuestos a granel.
—¿Vos te das cuenta en qué país vivimos? No se puede trabajar, ni salir, ni llegar a tu casa tranquilo. ¡Esto no se aguanta más!
—%&$”?&/%&/()%$!
Mi cuello se tensa, las manos me sudan y abro los ojos para fulminarlo con la mirada, pero él ni se entera, hasta que termina. Entonces, con media cara dormida al fin puedo gritarle con todas mis ganas contenidas.
—¿Por qué me haces preguntas cuando sabes que no te puedo contestar? ¿Por qué arruinaste mi día? ¿Por quéeeeeeeeeeee? ¡Eres un piquetero de la odontología!
Me fui dando un portazo. Aún me faltaba un buen trecho para llegar a mi casa y mis propósitos de tener una jornada serena y en equilibrio naufragaron en el consultorio de mi dentista… estresado.
Así encontré a mi dentista cuando llegué puntualmente a su consultorio. “El doctor está ¡muy!!! retrasado con los horarios”, me dijo a modo de saludo la asistente. Así debía ser pues la sala de espera estaba llena de caras largas y ansiosas, contrario a lo habitual. Muy bien, pensé resignada. Nada ni nadie logrará alterar el control de mis emociones, por lo menos por hoy. Esperaré en compañía del libro que llevo en el bolso como apoyo logístico para tales circunstancias.
Eran las 6 de la tarde de una jornada caótica en la sufrida Ciudad de Buenos Aires y para mi satisfacción había logrado escaparle a la locura cotidiana. Sin embargo, me era difícil concentrarme en la lectura mientras la mujer que tenía enfrente pasaba las páginas de una vieja revista como si quisiera pulverizarlas, un joven hablaba por el móvil como si el otro fuera sordo, y dos señoras despellejaban a una tercera (la turra, según ellas), sin miramiento alguno.
Después de casi una hora larga de espera me toca el turno.
—Hola Carmen, ¿cómo estás? A mí ni me preguntes porque podría subirme por el obelisco solamente valiéndome de mi rabia.
—Es un día difícil.
—¿¡Un día!? Por favor, todos los días son difíciles, insoportables en esta ciudad anárquica, desquiciada. Abrí la boca… Te voy a tener que anestesiar. Ojalá pudiera anestesiar por 50 años a esa turba de vagos que inundan las calles.
Obedezco la imperativa orden mientras miro su cara contraída encima de la mía y la jeringuilla en su mano apuntándome. Mientras la anestesia va penetrando en mi encía cierro los ojos e intento relajarme, om om om. Es difícil, el nerviosismo de él se siente en el aire mientras yo intento sostener el mío para que no suelte amarras.
—¡Tres horas estuve dando vueltas con el coche, ¡¡¡tres horas!!! intentando sortear los piquetes que rodean la capital. Y la gente aquí esperándome. Pero lo tenemos merecido ¿no te parece?
—Hummjamnm
—Abrí grande la boca, más grande Carmen por favor!!
—Ajajaaahumm #$%#
Cerré los ojos y puse a funcionar todos mis métodos de relajación en cuanto el torno comenzó a silbar dentro de mi boca y la boca del dentista no cejaba en sus quejas y denuestos a granel.
—¿Vos te das cuenta en qué país vivimos? No se puede trabajar, ni salir, ni llegar a tu casa tranquilo. ¡Esto no se aguanta más!
—%&$”?&/%&/()%$!
Mi cuello se tensa, las manos me sudan y abro los ojos para fulminarlo con la mirada, pero él ni se entera, hasta que termina. Entonces, con media cara dormida al fin puedo gritarle con todas mis ganas contenidas.
—¿Por qué me haces preguntas cuando sabes que no te puedo contestar? ¿Por qué arruinaste mi día? ¿Por quéeeeeeeeeeee? ¡Eres un piquetero de la odontología!
Me fui dando un portazo. Aún me faltaba un buen trecho para llegar a mi casa y mis propósitos de tener una jornada serena y en equilibrio naufragaron en el consultorio de mi dentista… estresado.
16 comentarios:
no, claro que no lo vale, vale la pena vivirlo...
Un dentista estresado es lo más temible que puedo imaginar.
Prefiero una pelea contra atracadores antes que eso.
Besos.
Hola Carmen! (mi hermana gallega)
Me encantó tu historia.
Estresado y desquiciado, también encontré mi denttista, muchas veces.
Un beso
Diamantino
Mi querida Carmen: Tuviste mucho valor porque yo lo veo así y me levanto y con toda la educación del mundo le digo que volveré otro día. A menos que me agarre y no me deje ni hablar.¡Horror!
Perdóname pero me has hecho sonreir porque a pesar del mal momento no perdiste tu humor.
Mil besos y mil rosas.
Mi comentario, necessita una aclaración. En Portugal, se dice de los españoles, pero principalmente de los gallegos: «nuestros hermanos»
otro beso
Jajajajajaja. Déjame que me ría jajajja. Gracias por poner risa en esta mañana tranquila de un lunes cualquiera.
No te cuento lo que me sucedió la última vez que fui al dentista (no he vuelto ni a una revisión) porque cualquier día, hago lo mismo que tú, lo cuento.
¡Pobre!
Bicos
HOLA CARMEN:
OTRA VEZ LAS MISMAS PENURIAS, YO LLEGUÉ A LA CONSULTAY LA ASISTENTE DEL ODONTÓLO LE HABÍA QUEMADO LA COMPUTADORA Y UN PANEL DE MADERA, COMO LA ECHÓ ELLA LE HIZO JUICIO.
EN EL MOMENTO QUE LLEGUÉ HABÍA RECIBIDO UNA CITACIÓN.
DIRECTAMENTE NO ME ATENDIÓ PORQUE ME DIJO QUE EL TRABAJO QUE ME TENÍA QUE HACER ERA AN COSTOSO QUE TENÍA QUE VENDER MI CASA. TE JURO QUE LOS VETERINARIOS ATIENDEN MEJOR A SUS PACIENTES.
ANIMO Y PRA FRENTE. GRACIAS POR TU COMENTARIO QUE ME HIZO REIR.
ELENA
¡Ese buen humor que nos contagia, Carmen, es el mejor antídoto ante la falta de serenidad!
Muchos besos y mucha templanza!!
A mi me estresa el dentista más apacible. No se que haría siendo atendido por uno como0 el que tu describes.
Si el consultorio no está muy alto, posiblemente me tiraría por la ventana y correría hasta Puerto Madero para tomarme dos whiskys seguidos. Supongo que eso me haría pasar un tiempo mejor que el de la consulta.
Un beso
hola Carmen,
mejor que todo te vaya siempre bien con los dentistas.., es importante no tener ni miedo ni dolor..
feliz dia.
un abrazo
Hola Carmen, agradezco tu visita al blog.
¿Cuántos dentistas habrá fulminados con la mirada? je
Besos y amor
je
Dime una cosa. La rosa de los vientos de la cabecera de tu blog es, por casualidad, una que hay al pie de la Torre de Hercules de A Coruña.
Si no es, al menos la recuerda mucho.
Un beso
Efectivamente Albino, es la que está al pie de la Torre de Hércules. Y mi marido está en el medio. Fue sacada hace dos años.
Un bico
Todos los dentistas (torturadores modernos) deberían de estar entre rejas. Sonrío.
Un día poco rutinario...
Tal y como describes la ciudad y el ambiente de la sala de espera puede ser parejo al de cualquier gran ciudad, Madrid, Buenos aires ¡ qué importa!
Ben sei que preferías que fose doutra maneira, pero -alomenos- saliuche o empaste de balde, xa que -polo que dis- marchaches sin pagar!!!
:-)
Un bico sin anestesia
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