miércoles, 5 de agosto de 2009

¿El amor puede sobrevivir a la convivencia?


Te quiero, amor, amor absurdamente,
tontamente, perdido, iluminado,
soñando rosas e inventando estrellas
y diciéndote adiós yendo a tu lado.


Los poetas siempre le cantan al amor y a su más perecedera compañera, la pasión. Sin embargo, ¿alguien le cantó alguna vez a la poco romántica convivencia? Y eso que convivir también tiene sus cosas buenas, positivas, enriquecedoras y estremecedoramente reales. Ya no estamos “inventando estrellas” sino que nos estrellamos contra la más pura y cruel de las realidades.
Sin duda cuando nos enamoramos nuestra vida se sitúa en otra dimensión, en otro espacio inconmensurable. Nuestros pies están a metros del suelo porque el amor nos mantiene etéreos y nada ni nadie nos puede hacer bajar de esa nube blonda, acogedora, donde solo él/ella nos puede alcanzar porque los dos estamos en la misma nube-frecuencia, estado de enajenación y hasta diría de estupidez, hermosa, a qué negarlo. Los/las que algún día se enamoraron hasta las trancas lo entenderán, pero solo si lo analizan a la distancia, es decir cuando ya pasó el vendaval del amor apasionado y mágico.
Porque solo puede ser mágico ese estado de necesidad del otro todo el tiempo y a toda hora, hasta el punto de llamarlo veinte veces en una hora “solo” para decirle: “Te quiero, te extraño, te necesito, ¿estabas pensando en mí?, no puedo vivir sin ti ni un solo minuto, lejos de tus besos, de tus caricias…”. Todo esto dicho sin morir de una sobredosis de palabras, suspiros y “calentamiento global”.
¿Que nunca padecieron de tamaña verborragia amorosa? ¡Vamos! Entonces o están mintiendo o nunca estuvieron apasionadamente enamorados. Es que el amor y la pasión confabulados te absorben el coco, los intestinos (ni comes por mirarlo, tan bonito, tan perfecto, tan elegante, tan inteligente, tan caballero, si te gustan los caballerosos), y la razón. La razón es la única que cuando el amor y su magia tocan a tu puerta se esfuma como por arte de … magia.
¿Pensar racionalmente? ¡Qué va! ¡Estoy enamorada! Entonces mis pensamientos, mi raciocinio y hasta mi cordura pasan por la punta de mis dedos cuando lo tocan, por mis ojos cuando lo miran, por mis brazos cuando lo estrechan contra mi pecho hasta ahogarme y ahogarlo, y por todo lo demás que ya se estarán imaginando.
Entonces, como no podemos vivir la una sin el otro —y viceversa— decidimos convivir, es decir meter todo ese amor con su compañera la pasión debajo de un mismo techo y encima del mismo lecho.
¡Qué maravillosa idea, ensayada a lo largo de los siglos y de los tiempos, y con resultados semejantes! Es que los seres humanos no aprendemos más. La convivencia suele ser devastadora, como un tsunami que arrasa con una parte fundamental del amor, como es la pasión y muchas veces con el amor mismo. ¿Por qué entonces muchas y muchos insistimos en seguir probando? Si lo supiera ya habría resuelto buena parte de mi vida.
Al principio de la convivencia todo es maravilloso. Mis espacios son los de él, y los de él, míos; nuestras vidas se complementan, encajan como las piezas de un rompecabezas, perfectamente diseñadas por nuestro amor apasionado. Pero el tiempo —ese verdugo implacable— le va dando a la pareja, poco a poco, casi en silencio, unas señales que al principio nos parecen pequeñas tonterías sin importancia. A unos les puede suceder al año, a otros a los dos, o a los cuatro, y a los más afortunados mucho más adelante, pero el caso es que un día nos encontramos con que la misma cama (por poner un ejemplo, y no es casualidad) que antes nos sobraba ahora resulta que comienza a resultarnos pequeña, y hasta ese acto de extrema ternura de dormir abrazados, enlazados, estrechados y estrujados, con el devenir de los días-años, nos empieza a incomodar un poquito.
“Mira cielo, no es que no me guste tu brazo apretando mi cuello mientras escucho tus hermosos ronquidos en mi oído y tu pierna aplasta mi cadera, ¡no, qué va!, es que yo “siempre” preferí dormir sobre el lado derecho, sin almohada y con una pierna colgando fuera de la cama, etc., etc.”.
“Pero si hasta ahora no te molestaba. ¿Pasa algo?”.
Ya está. La voz de alarma fue dada. La muy diablilla de la pasión se está alejando en puntas de pie, sin hacer mucho ruido, dejando al amor solito y desnudo, y que se las arregle como pueda con la jodida convivencia.
De todas maneras, cuando el amor es genuino el campo de batalla de la convivencia puede resultar un buen entrenamiento para fortalecer ese sentimiento que une a la pareja. Todo es cuestión de respeto y saber negociar con inteligencia.

5 comentarios:

Carme dijo...

Carmen, unha moi boa definición do amor. Realmente, fan falta alegorías ó que significa a convivencia no amor, e o amor na convivencia, que é a proba de lume dese amor. Felicidades.
Biquiños fortes.

Antón de Muros dijo...

Eu penso que algunhas veces a convivencia afoga ao "amor" porque quizáis non houbo máis que namoramento, que non é o mesmo ;-)

Se alguén sinte namoramento pola persoa equivocada, tarde ou cedo a convivencia rematará coa historia.

Bicos.

Antón.

Carmen Graña Barreiro dijo...

A Carme:
Siempre tan acertada rula! Gracias por tu compañía a la distancia.
Bicos

Carmen Graña Barreiro dijo...

Antón, es muy bueno tu razonamiento. El enamoramiento, y más con la persona equivocada, no suele durar y mucho menos en la convivencia.
Un bico

JAUD dijo...

Este tema es mi vida, contigo y sin ti, el dolor que no cesa, los karmas, el amor verdadero que me redime, y entre los momentos hechizados en los que bebi agua de amor entre sus brazos, solo queda toda la definición y el sentido de sentirme ave de paso, cuando mi hijo me dice: Te quiero.

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