martes, 18 de agosto de 2009

Lo que se hereda no se compra



Ayer, a eso de las 22 horas estaba yo descansando de un largo día e intentado terminar “La cruz invertida”, del genial Marcos Aguinis, cuando escuché que alguien intentaba abrir la cerradura de la puerta de entrada de mi apartamento, de manera insistente y ruidosa. Yo no esperaba a nadie, así que lo primero que hice fue saltar del sillón donde estaba sentada y correr al pasillo para ver clavar los ojos en la puerta esperando con pavor que el intruso le ganara a la cerradura y tomara por asalto mi casa. El corazón amenazaba con salírseme del pecho. Quien fuera que quería entrar no tenía la llave correcta, por lo tanto algo andaba mal. Para ser ladrón era demasiado ruidoso, pensé, pero como en la vapuleada Buenos Aires en cuestión de inseguridad puede pasar cualquier cosa, lo primero que se me ocurrió fue agarrar el teléfono para llamar a la policía; no, mejor llamaría a mi vecino del apartamento de al lado, o a mi vecina del piso de arriba. Pero tan pronto como lo pensé una parte de mi cerebro (muy bien aprendida) lo descartó sin más y con la mejor voz que supe conseguir grité con todas mis fuerzas:
¡¿Quién coño está ahí?!
El ruido de la llave se hizo más suave, y hasta se detuvo por un momento, pero nadie contestó. Entonces redoblé la apuesta y volví a gritar con la boca pegada a la puerta, por si el atracador era sordo:
Pones un pie dentro de mi casa y te vas a arrepentir de haber nacido…
Las palabras siguientes prefiero dejárselas a vuestra imaginación, que en este caso se quedará corta.
Entonces escuché una voz masculina que me decía insegura pero claramente: lo siento, me equivoqué de apartamento. Demás está decir que no pude retomar la lectura y que averigüé el nombre del vecino “confundido”, y tampoco voy a contar que le dije, pues ya se lo imaginarán.
Cuando referí el episodio no pocos coincidieron en preguntarme si estaba loca, que como se me ocurrió pegarme a la puerta y gritarle al “asaltante”, que si fuera de verdad ya me habría metido un tiro a través de la puerta, y qué sé yo cuántas verdades más.
De nada me valió decirles que a pesar del miedo que me invade en situaciones así, no puedo dejar de enfrentar, de saber de qué se trata, de indagar. Y eso lo heredé de mi madre, que estaba convencida de que el desván de nuestra casa, allá en mi aldea gallega de O Busto, era visitado por seres de ultratumba. Allí vivimos las dos solas hasta que cumplí los once años y me tomó por asalto la emigración.
La cuestión es que había noches en que nuestro sueño era barrido por indescifrables y atemorizantes ruidos que sobrevolaban nuestras cabezas, hasta el punto de que yo me metía entre sábanas y mantas hasta hacerme un ovillo, que mi madre deshacía a la voz de: “levántate Carmiña, vamos al altillo”. De nada valían mis protestas. En un santiamén allá íbamos las dos, haciendo rechinar debajo de nuestros pies desnudos los gastados escalones de madera que conducían al desván. Mi madre delante, sosteniendo un candil de feble luz exorcizadora de fantasmas desvelados, y yo detrás, aferrada a su camisón, temblando de miedo y preguntándome por qué demonios no nos quedábamos en la cama, tapadas hasta la cabeza esperando que los ruidos callasen. No, ella tenía que ir a ver, pues estaba convencida de que en alguna de aquellas noches las almas en pena que asolaban nuestro altillo descorrerían las tinieblas de la muerte y se harían visibles a nuestros asombrados ojos. Después de todo era lo menos que podían hacer teniendo en cuenta las tantas noches que interrumpían nuestro descanso sin ninguna consideración. Pero pasaron las noches y los años de mi infancia y nada vimos en las correrías al desván de nuestros desvelos.
Una lástima…

8 comentarios:

Unknown dijo...

Muy bueno! Por aquí también heredamos el mismo espíritu intrépido... Besos!

Chousa da Alcandra dijo...

Esa decisión de tua nai non era outra ca de ensinarche que ós medos da vida hai que enfrentarse a eles. Co candil na man subindo ó faiado, ou coa voz máis gutural que poidas dende detrás da porta.
E logrouno.
Penso que é atinado. Ben sei que enfrentarse a eles conleva riscos; pero quedar coa cabeza envolvericada coas sábanas tampouco solucionaría o problema...

Un bico galaico

Chousa da Alcandra dijo...

Esquecinme de aplaudir a elección da fotografía. Moi elucuente, amosando sensualidade e medo por igual...

Carmen Graña Barreiro dijo...

Marianita, puedo ver ese espíritu ancestral en ese pequeñín de incomparables ojazos azules, y para qué negarlo, me hace feliz.
Un bico enorme x tres.

Carmen Graña Barreiro dijo...

Chousa de Alcandra, tes toda a razón. Aínda que xa non llelo podo dicir persoalmente, agradézolle a miña nai amosarme que á vida hai que enfrontala con tódolos riscos que ela trae, aínda que iso nos encha de medo.
En canto á fotografía, pois a sensualidade nunca hai que perdela por máis medo que se teña.
Un bico galaico dende Bos Aires

Cuspedepita dijo...

Eu tamén son así, teño que ir mirar que é.
Todos os anos na miña aula de infantil sae (ou fagoo saír) este tema do medo, e todos os anos lles conto aos meus nenos e nenas unha historia de cando meu irmán e eu eramos pequenos:
Estabamos na cociña e vimos fóra unhas luces que nos arrepiaron. Daquela contábanse moitas historias de ánimas que se aparecían e esas cousas, así que calculamos que alí estaban e tremábamos co medo.
Miña nai fíxo o mesmo que a túa. Abriu a porta con nos detrás e foi ver que pasaba. Só eran restos de madeira podre que se convertiran en fosforescentes e estaban ao pé do tallo onde cortaban a leña para o lume.
Esta historia dame moito xogo para axudar aos rapaces (como di Chousa) a falar e tratar de superar medos que teñen, e que me contan motivados pola miña historia, que como ves é calcadiña da túa ;-))

Bicos

¿A aldea da foto da cabeceira do blog é "O Busto"?

Carmen Graña Barreiro dijo...

Así somos, Cuspedepita. Iso que nos leva a non recuar nin para coller impulso é moi propio de nós, os galegos. Polo menos é o que vexo na maioría, vivan en Galicia ou fóra. É un dos nosos sinais de identidade.
En canto á fotografía da cabeceira do blog, a anterior era unha postal de Galicia que tomei cando fixen o Camino de Santiago. A que puxen agora é O Busto, a miña aldea, o meu lugar no mundo.A casa onde nacín e vivín a miña infancia (agora remodelada)é a segunda da dereita, partindo do carreiro do centro da foto. O pobo esténdese un pouquiño á esquerda, onde pasa a estrada que leva ao Campo de Golf Monte Castrove, que está arriba de O Busto (parroquia de Armenteira, Pontevedra).
Biquiños

Carme dijo...

Carmen, querida, estás escribindo como os anxos. A verdade é que ter un blog, é un xeito de inspirar e xerar certa disciplina, pero non quita que todas estas cousas as publiques en papel. Sería magnífico.
Moitas gracias por estes agasallos, que se reciben co corazón aberto, os ollos espertos e a sensibilidade a flor de pel.
Un bico enorme.

Gotas de lluvia

Incontables gotas de lluvia deciden morir en mi ventana. Se estrellan con furia para luego resbalar en un largo dejarse ir.   Cal...