miércoles, 24 de septiembre de 2014

No te rindas....

http://www.bubok.es/libros/235061/Cenizas-en-la-niebla-Buen-Camino


No te rindas, aún estás a tiempo
De alcanzar y comenzar de nuevo,
Aceptar tus sombras,
Enterrar tus miedos,
Liberar el lastre,
Retomar el vuelo.
No te rindas que la vida es eso,
Continuar el viaje,
Perseguir tus sueños,
Destrabar el tiempo,
Correr los escombros,
Y destapar el cielo.
No te rindas, por favor no cedas (…)

Mario Benedetti



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martes, 9 de septiembre de 2014

¿A qué huelen las retamas? (As xestas)




Seguramente cada persona tendrá una respuesta distinta en cuanto al olor de las flores de la retama, xesta en gallego. Para mi compañero de la vida (y del Camino de Santiago) huelen a chocolate. Para mí tienen el olor dulce y nostálgico de la niñez...
En cambio para la abuela de la protagonista de  "Cenizas en la niebla, ¡Buen Camino!", olían a esperanza, pero solo cuando llovía. Aquí les dejo un pequeño párrafo sobre "la retama de la esperanza".  


      (...) —¿Te acuerdas de la retama que de un día para otro comenzó a crecer en medio de la huerta?
—«Desde luego. La aparición de la retama coincidió con tu llegada a Bustomeu. Entre verduras, pimientos, tomates y coles la retama fue imponiendo su presencia sin que nadie se fijara demasiado en ella. Excepto mi madre. Hoy comprendo que ése era su árbol. Todas las mujeres de la familia tuvieron un árbol que les ayudó a vivir y a morir».

—La abuela aseguraba que el nacimiento espontáneo de la dichosa retama era una señal de que algo bueno iba a suceder porque estaba convencida de que olía a esperanza, aunque solamente cuando llovía. Entonces agarraba un viejo capote heredado de su padre, que siempre estaba colgado detrás de la puerta, y salía a empaparse de la esperanza que la retama le ofrecía tan generosamente.

»Un día decidí seguirla sin que me viera y pude comprobar el extraño ritual que la abuela tenía con la retama. Al llegar junto a ella extendió los brazos como si quisiera estrecharla contra su pecho, y con la punta de los dedos acarició suavemente las hojas brillantes de lluvia. Luego, con infinita ternura fue hundiendo su cara entre las ramas florecidas hasta perderse en el alma del árbol y llenarse de esperanza, o eso pensé. La abuela no solo podía oler la esperanza sino que la veía, la palpaba, sentía su abrazo sanador.

(…) »Yo estaba con ella aquella tardenoche en que se desató un terrible temporal. La abuela preparaba la cena para las dos y yo estaba en mi habitación estudiando cuando de pronto comenzó a llover. Por la fuerza de la costumbre esperé escuchar la puerta cerrarse detrás de ella, siguiendo el ritual de lluvia, capote, huerta y retama. Como pasaron los minutos y nada sucedió, decidí ir hasta la cocina para ver qué ocurría. Yo estaba habituada a las rarezas de la abuela Pilar, pero aquella vez sentí una fuerte inquietud cuando la vi parada frente a la ventana mirando hacia la huerta.

»La lluvia batía contra el tejado como si quisiera sacudir conciencias y el viento vareaba la retama de la abuela con violencia. “Parece que hoy no quieres mojarte”, le susurré como quien entra de puntillas en la intimidad de un mundo que no le pertenece. “Es que hoy la retama no huele a esperanza, neniña, huele a despedida. Desde aquí puedo sentir el punzante aroma del adiós. Pronto voy a morir, y lo que me duele no es el fin de mis días sino el no haber logrado sembrar la esperanza en el corazón de mi familia. Siento mucho no haber hecho lo suficiente para evitarles tanto sufrimiento pero eso, como otras tantas cosas, ya no tiene remedio”.

»Y al día siguiente por la mañana la abuela Pilar murió. Entonces fui a la huerta y corté un gran manojo de ramas florecidas de su retama y se las puse entre las manos para que no le faltara la esperanza en el más allá (...)


Yo espero haber plantado la retama de la esperanza en el corazón de mis amores, y además ansío tener la gracia de verla crecer y florecer cada vez que la vida les muestre su cara menos amable.

sábado, 6 de septiembre de 2014

¿Adiós morriña...?




(El relato que sigue lo escribí cuando retorné a Galicia, allá por el año 2004, por un período de casi dos años).


No sé qué día de los casi 365 que llevo de retornada a mi tierra gallega sentí su ausencia, ¿acaso su abandono? Primero fue una ligera sospecha, un intuir que algo había cambiado, que me faltaba esa insatisfacción activa, vital, irreductible, que me acompañó durante los años de lejanía, un tiempo en el que nunca dejé de buscar en el fondo de las operaciones inconscientes el complementario ensamble. Fui consciente de mi alma desafinada en procura de la otra mitad de su acorde: el paisaje gallego y su rama dolorida llamada morriña.
Hoy ya no la siento de aquella manera y no sé si la extraño. Muchas veces la odié porque me hacía retorcer el alma con su residuo insatisfecho, y cuando por pocos días volvía a Galicia ella, la morriña, se agrandaba, se hinchaba de melancolía, recargaba las pilas en mi propia angustia dejándome inerme ante su desmesura.
También la amé y la compartí con otros seres morriñentos capaces de inventarnos inexistentes paraísos aldeanos, aromas extinguidos e inexplicables, sabores intransferibles de tanto cambiarles los condimentos. Era la morriña haciéndole trampas a nuestra imaginación, a nuestro sentimiento irrenunciable de pertenencia, a nuestro afán de eludirla o de mitigarla y también, por qué no, de convocarla como algo necesario.
¿Acaso la echo en falta? No cuando puedo mezclarme en el paisaje de mi aldea sin llorar de emoción. No cuando lo puedo ver tal cual es —hermoso— sin el componente angustioso de la inevitable morriña. No porque su ausencia me permite ser más objetiva a la hora de ver a Galicia con sus virtudes y sus defectos.
Pero sí la echo de menos cuando en la parcela instintiva de mi espíritu intuyo el cálido hueco que me dejó su tormentosa presencia. Entonces la extraño y pienso que su paulatina y callada despedida no es más que un caprichoso espejismo que se hará nuevamente realidad si algún día vuelvo a buscar la otra orilla del Atlántico.
Puede que esté solamente callada, descansando de su eterno viaje doloroso y maravilloso. De su irse para volver y de su volver para irse. Ella se sabe esencia trágica de todo profundo amor; penitente afanosa por cuya escalera secreta el alma sube y baja sofocada de impermanencia, de ardoroso afán transitivo. Es el complejo amor-dolor que respira y sangra en el fondo de toda pasión ejemplar y fecunda.
Quizá solamente se alejó para que pudiera sentir la nostalgia de mi Buenos Aires querido y de mis afectos más entrañables. Morriña y nostalgia pueden intuirse como sentimientos similares, sin embargo son muy distintos en su esencia. La morriña es la evocación lírica de la tierra gallega transparentada en la niebla. Es nuestra seña de identidad, nuestra espontánea forma de discurrir, de andar por el mundo, por nuestro mundo, que es siempre y en sus consecuencias últimas, un mundo de paisaje. En cambio la nostalgia es un sentimiento de distancia, de añoranza por los seres amados que están lejos. Son bien distintas aunque en el fondo son hijas de los mismos avatares migratorios.
Comencé este breve compendio de sentires queriendo explicar lo que es la morriña, y en mi caso su repentino irse, pero al final de estas líneas concluyo que sigue siendo indescifrable más allá del idioma intransferible de la experiencia interior, que carece de claves comunicantes. Siento no haber podido ser más clara, pero los morriñentos me entenderán... y los nostalgiosos también.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Cenizas en la niebla, ¡Buen Camino!



¿Cuál es la delgada línea que separa la vida del mundo de ultratumba? Saray no lo sabe, y ni siquiera le preocupa. Ella pertenece a la cepa de las Piñeiro, mujeres raras, que no se rinden ni siquiera en las catacumbas de la muerte.
A Saray Carballo Piñeiro le desvelan otras cosas, como por ejemplo no saber qué hacer con la verdad que buscó obcecadamente desde la infancia. Al fin tiene todas las respuestas —o casi todas—, pero entonces descubre que muchas veces el saber no calma porque detrás de la verdad aparecen los resentimientos y los porqués.
¿Los encontrará en la Ruta Jacobea?
Una frase saqueada al más allá —“Llévame contigo al Camino de Santiago”— impulsa a la protagonista a peregrinar con una pesada mochila a cuestas, que por momentos la enoja, la perturba y la obliga a enfrentarse a sus miedos y a la incógnita de perdonar y perdonarse.
Pasado y presente, vida y muerte, mentiras y verdades a medias se dan la mano para desandar la Ruta de las Estrellas en un vertiginoso viaje donde el amor surge en una sonrisa canalla y en unos ojos de navegante.
“Cenizas en la niebla…” no es en sí mismo un libro sobre el Camino de Santiago. Sin embargo, el Camino se mete —perplejo— en la historia de una familia con demasiados secretos. ¿O será la historia la que se involucre definitivamente en el Camino?...

http://www.bubok.es/libros/235061/Cenizas-en-la-niebla-Buen-Camino

http://www.bubok.com.ar/libros/197435/Cenizas-en-la-niebla-Buen-Camino

Gotas de lluvia

Incontables gotas de lluvia deciden morir en mi ventana. Se estrellan con furia para luego resbalar en un largo dejarse ir.   Cal...