De mis siembras y cosechas quiero dejar testimonio por estas páginas. A ver qué sale....
domingo, 24 de noviembre de 2013
La rosa los los vientos
Hay días que necesitamos más que nunca de la rosa de los vientos para no perdernos en la tristeza.
Mi querida amiga Carmen N. se está despidiendo del mundo sin saber cuánto la queremos quienes tuvimos la suerte de conocerla. No lo sabe porque una perversa enfermedad llamada Alzheimer le ha robado el pasado, el presente y hasta el futuro. ¡Te quiero amiga!!! Y eso nadie te lo podrá quitar, aunque ya no puedas recordarlo...
miércoles, 20 de noviembre de 2013
Botellas al mar
Esta mañana he tirado otra botella al mar. Una más, réplica de otras que tuvieron la misma suerte en los últimos meses. Son tantas que los de Greenpeace podrían denunciarme por contaminación.
Hasta ahora no tuve respuesta, es decir: ningún aventurero/a que navegan las inciertas aguas del mar de los sueños ha recogido mis mensajes. Pero sigo insistiendo. Es que soy optimista. Arrebatadamente.
Me pregunto cuántas personas se pasan —nos pasamos— la vida tirando botellas al mar esperando que en algún momento alguien decida recogerlas para poder cumplir ese sueño que nos desvela.
Es que somos lo que soñamos. Somos, también, lo que perdemos.
Pero hoy prefiero concentrarme en lo primero, en los sueños, en las botellas que navegan ilusionadas en busca de un alguien que las procree.
Sé que el mundo no es de los soñadores, ¿pero se imaginan un mundo sin nosotros? Sin sueños la vida sería estúpida, inútil, banal…
Sigamos soñando, entonces, a pesar de que cada vez haya menos corsarios y corsarias dispuestos/tas a rescatar sueños en alta mar.
viernes, 1 de noviembre de 2013
Un carrito en el trasero
Fila en el supermercado. Adelante, cinco personas. Detrás, unas cuantas más que no eran de mi incumbencia, si no fuera por la individua que me seguía en la larga hilera de pacientes compradores.
La susodicha me marcaba tan de cerca que su carrito de la compra se refregaba peligrosamente contra la parte baja de mi espalda. Comencé a sentirme incómoda y malhumorada. Siempre me sucede cuando la gente hace alarde de su mala educación e indiferencia hacia el semejante.
Entonces giré la cabeza y le busqué la mirada a ver si se daba cuenta de que me estaba molestando. Inútil. La individua estaba muy entretenida mandando mensajes de texto y solo levantó la cabeza para mirarme de soslayo cuando le hablé: “Por favor, ¿podrías dejar un espacio entre tu carrito y mi trasero?”.
La individua no contestó, solamente retiró unos centímetros el artefacto y luego volvió al mundo virtual de la pantalla del móvil. Respiré aliviada; no tenía ganas de meterme en una discusión. Concentré la atención en la cajera, que al parecer estaba trabajando bajo los efectos de algún tranquilizante o simplemente estaba harta de su trabajo y no se molestaba en disimularlo.
¡Ayyyyyyy! El grito me salió espontáneo al sentir un fuerte impacto en las nalgas. Esta vez el carrito de la individua me causó un fuerte dolor físico y una enorme indignación: perra twitera, te voy a meter el móvil por el culo y te lo voy a sacar por la boca, estúpida, maleducada, zombi… Las palabras se amontonaron en mi boca como moscas en la miel, pero nada de eso dije, esperando una disculpa de la incivil. Eso hubiera bastado para calmarme, pero no, la individua solo me dedicó una mirada de vaca aburrida. Entonces empujé leve pero firmemente el adminículo hacia ella y le espeté, lo más calmadamente que me permitía el cabreo que no me cabía en el cuerpo:
—Me acabas de golpear, ¿no tienes nada para decir?
—Ni que fueras de manteca; si tanto te molesta la gente quédate en tu casa —replicó la individua, ofendidísima.
Bueno, yo lo intenté, ya ven que lo intenté. Traté de no devolver una grosería con otra, pero hay gente que no entiende si no le hablan clarito, sin rodeos y de frente.
—Si vuelves a macharme el culo voy a incrustarte el carrito en la parte análoga por donde tu madre no debió sacarte nunca, ¿me entiendes?— pregunté acercándome lo más posible a su careto.
Entendió. Y yo salí de supermercado con un regusto de amarga impotencia por haber sucumbido —una vez más— a la mala educación del otro/a.
Por el momento… es lo que hay.
La susodicha me marcaba tan de cerca que su carrito de la compra se refregaba peligrosamente contra la parte baja de mi espalda. Comencé a sentirme incómoda y malhumorada. Siempre me sucede cuando la gente hace alarde de su mala educación e indiferencia hacia el semejante.
Entonces giré la cabeza y le busqué la mirada a ver si se daba cuenta de que me estaba molestando. Inútil. La individua estaba muy entretenida mandando mensajes de texto y solo levantó la cabeza para mirarme de soslayo cuando le hablé: “Por favor, ¿podrías dejar un espacio entre tu carrito y mi trasero?”.
La individua no contestó, solamente retiró unos centímetros el artefacto y luego volvió al mundo virtual de la pantalla del móvil. Respiré aliviada; no tenía ganas de meterme en una discusión. Concentré la atención en la cajera, que al parecer estaba trabajando bajo los efectos de algún tranquilizante o simplemente estaba harta de su trabajo y no se molestaba en disimularlo.
¡Ayyyyyyy! El grito me salió espontáneo al sentir un fuerte impacto en las nalgas. Esta vez el carrito de la individua me causó un fuerte dolor físico y una enorme indignación: perra twitera, te voy a meter el móvil por el culo y te lo voy a sacar por la boca, estúpida, maleducada, zombi… Las palabras se amontonaron en mi boca como moscas en la miel, pero nada de eso dije, esperando una disculpa de la incivil. Eso hubiera bastado para calmarme, pero no, la individua solo me dedicó una mirada de vaca aburrida. Entonces empujé leve pero firmemente el adminículo hacia ella y le espeté, lo más calmadamente que me permitía el cabreo que no me cabía en el cuerpo:
—Me acabas de golpear, ¿no tienes nada para decir?
—Ni que fueras de manteca; si tanto te molesta la gente quédate en tu casa —replicó la individua, ofendidísima.
Bueno, yo lo intenté, ya ven que lo intenté. Traté de no devolver una grosería con otra, pero hay gente que no entiende si no le hablan clarito, sin rodeos y de frente.
—Si vuelves a macharme el culo voy a incrustarte el carrito en la parte análoga por donde tu madre no debió sacarte nunca, ¿me entiendes?— pregunté acercándome lo más posible a su careto.
Entendió. Y yo salí de supermercado con un regusto de amarga impotencia por haber sucumbido —una vez más— a la mala educación del otro/a.
Por el momento… es lo que hay.
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