jueves, 31 de diciembre de 2009

Carta te debo y carta te escribo, 2010


Carta te debo, 2010, y carta te escribo mientras me asomo a las páginas vírgenes de tu calendario.
Pero antes de traspasar tu frontera —si me permites— quisiera despedirme de tu antecesor 2009, cuya última hoja, amarilla y silente se descuelga del árbol del tiempo mientras yo lo miro alejarse con profunda nostalgia de los buenos momentos que compartimos. Y de los malos, que también los hubo, espero haber aprendido algo, o por lo menos lo suficiente como para llegar a ti, 2010, siendo más humilde, más sabia, más tolerante, mejor persona.
Traigo conmigo algunos años gastados y otros desgastados. También traigo las lecciones que aprendí y las que no voy a aprender. Algunos defectos corregidos y otros que jamás corregiré porque no le hacen mal a nadie y porque son mi señal de identidad, es decir: “ésta soy yo, y me gustaría que me aceptes y me quieras así como soy”. Que no se puede cambiar tanto, de lo contrario no nos reconoceríamos.
No quisiera hacerte promesas que quizás no pueda cumplir, pero te doy mi palabra que intentaré, desde mi más profunda fe, saborear mejor que nunca el licor de la vida. Te beberé a tragos esperanzados y abriré los brazos en cada amanecer para recibir cada minuto de tus horas.
Procuraré sumergirme en una osadía sin límites que me permita imaginar un mundo sin víctimas, que la soledad puede tener música y la música, silencio y que a la tristeza se la puede pintar de azul, y que es posible sonreír y llorar al mismo tiempo, escuchar con los ojos y abrazar con el corazón.
Carta te escribo 2010, mientras pongo una bisagra entre el desánimo y la esperanza de enterarme que la lotería tocó en el barrio del corazón de los hombres y mujeres que esperan por ti para abrazarte y ser felices, y de que mi lugar en el mundo no está completo sin mí.
Me aferraré con pasión al deseo de ser estúpidamente feliz, inteligentemente feliz, absurdamente feliz, inconscientemente feliz, tercamente feliz, porque se me da la gana. Sé que echaré de menos lo que nunca tuve y también lo que perdí, que muchas veces se me disparará el tedio y la impotencia, pero aún así acostaré mi afán entre tus sábanas inmaculadas y me dejaré abrazar por la ilusión, mientras escribo el mejor verso de amor en la arena de aquella playa donde arriban los barcos que nunca parten.
Te prometo (¡ya estoy prometiendo!) pintar en la vorágine de tus páginas los días grises con el arco iris de la imaginación, que el futuro será un tiempo verbal conjugado solamente en presente, y que reivindicaré las pasiones que duran toda la vida.
Carta te escribo, 2010, donde yo solamente pongo el remitente y tú, la esperanza.

OS DESEO UNA GRAN COSECHA 
DE PAZ Y FELICIDAD PARA EL REDONDITO 
2010



jueves, 24 de diciembre de 2009

Que sean muy felices


Brindo por todos vosotros, queridos amigos y amigas blogueros.
Que la Paz y el Amor reinen siempre en vuestros corazones.
Salud!!!!!!
 

jueves, 17 de diciembre de 2009

A donde habita el olvido


Ni subido a una escalera conseguiría besarte. 
Tan lejos, tan fuera de mí estás, encumbrada en el altar de tu ego.
Sin embargo, te he besado de mil maneras desde el llano de este amor, buscando la humedad exacta para adormecer el calor de mi deseo.
Pero tú sigues allí, en tu ridículo pedestal intentando asaltar la luna, pretendiendo no verme, 

ni escucharme, ni sentirme.
Mas hoy, aquí y ahora, quiero decirte algo:
no inventaré más escaleras para alcanzarte

porque ya te has ido de mí, 
porque ya me marcho de ti,
a donde habita el olvido. 

jueves, 10 de diciembre de 2009

¿El que resiste siempre gana?




Me sorprendió el insomnio como un puñal en medio de la noche. Por eso te llamé.
Es un insomnio distinto esta vez. Como una cortina raída y negra que me envuelve, me aprisiona y me enfurece. Deben ser las mentiras que suicidan al amor y que llenan las horas vacías, sin él, que me recorren lentamente, como un caracol, mientras cientos de imágenes y palabras bucean en mi cabeza con brutal lucidez.
Antes que nada deseo agradecerte que hayas venido. Tu compañía me ayuda a resistir, a no claudicar. El que resiste, gana, ¿recuerdas quién lo dijo?

—Fue Camilo José Cela. Y no estoy totalmente de acuerdo con ese lema.
Hay que tener mucha fortaleza para resistir, y yo la tengo, aunque por momentos me invade una furia triste que voy soltando por solitarios rincones. Pero nada digo. Las palabras son gomas de borrar que no borran la tristeza. Por eso callo, y resisto, hasta que él pueda verme nuevamente. Mientras, soy apenas un fantasma que traspasa su vida.
—Desde luego que no te puede ver a ti, a la que se minusvalora, a la que se atrinchera detrás del muro de la resistencia, esperando. Solo puede verla a ella. ¿No te das cuenta? Él está cómodo en su doble vida. Tú no compites, no le reprochas, solo aguantas abrazada a tu fortaleza, que si bien es una virtud, tiene diferentes dimensiones, y una de ellas es ir al frente, atacar los objetivos, perseguir las metas con decisión. El que tan solo resiste no siempre puede ganar. Debes decirle de una vez por todas que es un desgraciado malparido, y que estás dispuesta a darle el peor de los escarmientos.
Pero eso lo empujará fuera de mí definitivamente. Y sin él solo seré soledad, silencio, seré olvido. Mi memoria se niega a perderlo.
—Ya lo has perdido porque no lo tienes. Abandona de una vez la retaguardia de tu vida. Plántate delante de él y vomita en su cara todo lo que llevas por dentro, sin guardarte nada.
Parece que lo sabes todo, pero ignoras por completo cómo me siento. La traición del amor es como un vendaval que te sorprende en medio del bosque sin un resquicio donde cobijarte. Es imparable. Lo único que te queda es abrazarte a un árbol y resistir hasta que pase.
—¿Y tu árbol dónde está, a quién te aferras para que el ventarrón no te arrastre?
¿Por qué crees que te llamé esta noche? Estás aquí. Es a ti a quien me aferro, Venganza, la que me sostiene, la que me ayuda a resistir mientras espero la mañana.
¿Qué haremos tú yo, Venganza, cuando amanezca?


martes, 1 de diciembre de 2009

El cajón de mis recuerdos 2

La carta que sigue forma parte de mi libro (igual que la anterior publicada con esta misma etiqueta) “La maleta del inmigrante”, premiado en el Certamen Literario Ramón Rubial 2009.
Esto viene a cuento porque hoy comienza diciembre, mi mes — como decía el abuelo Joaquín— en el que cumplo unos cuantos años más que aquella niña recién emigrada y que no entendía cómo podía ser que en su cumpleaños siempre hacía mucho frío y mientras escribía la carta (documento textual, solo con correcciones ortográficas) y a punto de cumplir un año más, el calor se le pegaba a la piel.



Querido abuelo:
Espero que esté bien, lo mismo que la abuela. Hoy es la primera vez que le escribo de noche, y sin luz, así que no me pida buena letra. Estoy justo al lado de la ventana, por donde entra la luna, redonda como un plato y brillante como un sol. Me hace recordar a la luna de la aldea que convertía la noche en un día nublado. ¿Se acuerda abuelo cuando lo acompañaba a regar los campos en aquellas noches de luna llena? ¡Cómo me gustaba! Me daba mucho miedo, es verdad, pero me gustaba igual.
Cuando me pongo a pensar en esas cosas me siento muy triste, sobre todo por las noches, porque en el día me entretengo con una cosa o con la otra. Esta noche me puse a pensar que ya estamos en diciembre. Mi mes. Porque usted siempre me decía que era mi mes, que yo no podría haber nacido en otro mes que no fuera diciembre. Nunca le pregunté por qué decía eso, que a mí me parecía tan bonito. 

Va a ser muy raro cumplir los años con semejante calor, abuelo. Mis cumpleaños siempre fueron con mucho frío, todos juntos en la cocina de su casa, alrededor de la lareira. A lo mejor algún día volveré a cumplir años en invierno, que es como debe ser.
Por el momento me quedo aquí, en la ventana, aguardando no sé qué, porque el sueño no viene para mí. Entonces aprovecho para estar a solas un poco. Creo que voy a hacer esto más seguido. Ellos duermen. Papá ronca como un trueno, mamá no. Esto de estar todos juntos y amontonados y no poder encontrar un lugar para estar sola me da rabia, como tantas cosas.
Quizá sean ideas mías, abuelo, pero siento que este diciembre de aquí no es totalmente mío como el de allá; aquí nada es mío, como si siempre estuviera de visita. Doña Francisquita dice que eso es así al principio pero después nos acostumbramos y ya nos sentimos como en casa. A lo mejor tiene razón.
Abuelo, voy a ver si duermo, porque mañana tengo que ir a la escuela, que ya está terminando, y a la tarde voy a ir a la pieza de las madrileñas porque viene un cura español que parece que de noche se convierte en fantasma. O al revés. Bueno, es igual, ya le contaré en la próxima. 


De corazón: Carmen

Gotas de lluvia

Incontables gotas de lluvia deciden morir en mi ventana. Se estrellan con furia para luego resbalar en un largo dejarse ir.   Cal...