¿Cómo tener confianza en una mujer que le dice a uno su verdadera edad? Una mujer capaz de decir esto es capaz de decirlo todo.
Oscar Wilde
La mujer, que andaría pisando el medio siglo, saludó con un “buenas tardes” a la recepcionista quien, sin siquiera responder al saludo —pues estaba en franca charla con su compañera— tomó el papel que la mujer le extendía y sin despegar la vista de la pantalla del ordenador comenzó el cuestionario de rutina: nombre y apellido, dirección, número de teléfono, día y año de nacimiento…
Hasta la última pregunta las respuestas fueron contestadas correctamente, pero la última quedó en suspenso por unos instantes.
—¿Fecha de nacimiento? —repitió un poco más fuerte la empleada.
—¿Para qué quieres saber mi edad? Vengo a que me saquen una radiografía dental no a contratar un seguro de vida — dijo la mujer visiblemente mosqueada.
—Necesito su fecha de nacimiento, no puedo dejar el espacio en blanco —insistió.
—Pues ese dato es de mi absoluta incumbencia, y no pienso dártelo porque no aporta ni quita a lo que vengo a hacer aquí.
—Esto es puro formulismo, así que si no quiere confesar su verdadera edad dígame cualquier fecha y listo —dijo la empleada estirando el cuello hacia la mujer en actitud confidencial.
—Ah, así que no puedes dejar un espacio en blanco pero sí puedes llenarlo con una mentira —redobló la apuesta la mujer, cada vez más cabreada—. Pues para eso pon lo que tú quieras y no preguntes.
—Yo no puedo hacer eso —respondió la recepcionista incómoda con la situación.
—Bueno, entonces llegamos al punto en que ante mi firme negativa tú tienes que resolver si me admiten o se niegan a atenderme sencillamente porque no pueden satisfacer su curiosidad de saber cuántos años tengo.
—Señora, no es por curiosidad sino que son las reglas.
—¡Qué reglas ni que niño envuelto! No te estoy pidiendo que te saltes un artículo de la Constitución sino que dejes de lado un formulismo estúpido, creado por estúpidos y acatado por estúpidos.
Ante el cariz que había tomado la situación, se acercó un señor que parecía tener cierto poder en el lugar y dirigiéndose a la mujer le dijo que no había problema, que la iban a atender sin necesidad de hacerle más preguntas. La mujer se sentó esperando su turno, sintiendo las miradas de las personas que allí estaban clavadas en ella. ¿Qué estarían pensando? Lo que fuera la tenía sin cuidado. Había ganado una pequeña batalla y se sentía satisfecha.