Incontables gotas de lluvia deciden morir en mi ventana.
Se estrellan con furia para luego resbalar en un largo dejarse ir.
Calladas, resignadas a su suerte, desaparecen en un manso reguero.
Sin embargo, hay una que se sostiene con tenacidad en el cristal.
No quiere caer, no quiere morir siendo una más de tantas.
Se me ocurre pensar que ella no terminará en la mansedumbre de un reguero.
Ella nació para engrosar la bravura del mar.