domingo, 23 de febrero de 2014

Una mujer... con etiqueta



Ahí está ella, lo más campante con la etiqueta de la blusa colgando en la espalda, como diciendo: ¿ven?, estoy de estreno.
Tuve intenciones de hablarle pero no me animé, pues con ella había un grupo de personas (convenientemente ocultadas en la foto) y me costaba entender que ninguna de ellas se hubiera dado cuenta del peculiar artilugio que adornaba la espalda de su compañera de mesa.
Era difícil no sonreír. Tal vez la señora estaba cansada de que le preguntaran cuánto le había costado tan hermosa prenda o dónde la había comprado.
Pues ahí lo tienen… Lean y no me molesten más.
¡Guapa! Yo te reivindico, anónima mujer. Antes de que la pandilla de prejuiciosos que andan/andamos por el mundo te etiqueten, gánales de mano, cuélgate tu propia etiqueta y mándalos a tomar… lo que tengan ganas.

sábado, 22 de febrero de 2014

La maleta del emigrante



Ahora,
en esta hora inocente,
yo y la que fui nos sentamos
en el umbral de mi mirada.

                              (Alejandra Pizarnik)


Querida gente, les presento a unos de mis libros, que cuenta una historia que puede ser la mía, la de Juan, Camilo, Evaristo, Dorinda, Emilio, Dolores, Maruxa, Manuel, Modesta… Y hasta la de Lina, una mujer que al perder su maleta de emigrante su mente extravió los recuerdos. Entonces comenzó a recordar con la morriña del alma, que jamás muere.

A continuación les dejo el párrafo que está en la contraportada de “La maleta del emigrante”, que tal vez les aclare un poco más de qué va este libro.


“(…) Quizá sean ideas mías, abuelo, pero siento que este diciembre de aquí no es totalmente mío como el de allá. Aquí nada es mío, como si estuviera siempre de visita. Doña Francisquita dice que eso es así al principio pero después echamos raíces y ya nos sentimos como en casa. ¿Después cuándo, abuelo? ¿Después de qué?”.
Así le escribía una niña de diez años al abuelo que estaba en la aldea. Es que los sueños de los pequeños emigrantes no estaban adelante, como los de sus padres. Quedan atrás, desdibujándose, muriéndose en el adiós. Al llegar al nuevo mundo tenían que reinventarse, desde la cotidianeidad hasta en los sueños, y no estaban preparados.
“(…) ¿Se acuerda cuando usted me decía que yo siempre andaba papando moscas, y yo le contestaba que no era eso sino que estaba buscando sueños, como hacía el niño de aquel libro que me regalara el tío Juan? Bueno, pues ahora sí que ando papando moscas porque los sueños no los encuentro”.
En el poso de la memoria de América quedarán para siempre recuerdos y leyendas ancestrales escuchadas al calor del lar en las cocinas gallegas.
Quedarán, también, las maletas que subyacen en el alma de cada emigrante.

 

Este libro obtuvo el Accésit en el I Certamen Literario Ramón Rubial.
(Madrid, 30 de marzo de 2009)

jueves, 13 de febrero de 2014

El limonero de Axel





Pobre limonero de fruto amarillo
cual pomo pulido de pálida cera,
¡qué pena mirarte, mísero arbolillo
criado en mezquino tonel de madera!



Los versos de Antonio Machado poco tienen que ver con el limonero que crece en mi balcón. Lo de, “qué pena mirarte, mísero arbolillo” no le compete, aunque el “mezquino tonel de madera” por el momento es lo que hay.
Yo lo miro maravillada, y le declaro mi amor cada vez que lo riego mientras acaricio sus hojas intensamente perfumadas… de limón.
Es que es un arbolito muy especial. Nació de las manos de uno de mis amores, el de los ojos verdeazules más hermosos del mundo mundial: Axel. Un día de hace unos cuantos meses el peque agarró un medio limón y me preguntó si le podía sacar las semillas y ponerlas en una maceta con tierra para que creciera un limonero.
Desde luego que acepté, solo por darle el gusto (las abuelas tenemos el sí fácil), pues debo confesar con cierta vergüenza que no le tenía mucha fe al experimento. Axelito distribuyó las semillas en la maceta, las cubrió con tierra y luego echó agua como para que nadasen, lo cual reforzó mi pensamiento en cuanto a que allí solo podían crecer malas hierbas.
Y así sucedió. Las malas hierbas crecieron pero en medio se fueron abriendo paso unas hojas verdes y alargadas que me hicieron sospechar que el limonero de Axel estaba decidido a desafiar la polución de un balcón asomado a una calle demasiado transitada, y a crecer en un “mezquino tonel de madera”.
Y vaya si crece, pronto alcanzará la altura de Axel, que ya plantó un árbol.
Ahora le falta escribir un libro y tener un hijo.

Gotas de lluvia

Incontables gotas de lluvia deciden morir en mi ventana. Se estrellan con furia para luego resbalar en un largo dejarse ir.   Cal...