viernes, 29 de enero de 2010

La maleta

La confitería tenía un ambiente agradable, propicio para las charlas quedas y los pensamientos solitarios. Buen lugar. Había estado allí algunas veces, siempre acompañada. Ahora estaba sola, aunque si todo salía como lo había planeado no sería por mucho tiempo. Faltaban algo más de treinta minutos para las cinco de la tarde, la hora señalada.
Eligió una mesa ubicada al lado de un ventanal desde donde podía ver la acera y la entrada del establecimiento. Perfecto. Se sentó y dejó la pesada maleta a su lado, pero enseguida pareció arrepentirse, así que se levantó y la puso junto a la silla que quedaba vacía. Ese es tu sitio.
Luego dejó el móvil encima de la mesa y lo miró ansiosa. ¿Vendrá? Tiene que venir, no tengo un plan B. Sacudió la cabeza junto con los pensamientos pues el camarero se le acercó para preguntarle qué deseaba tomar, mientras echaba una mirada curiosa a la maleta.
—Tráigame una botella de champán, bien fría —dijo después de dudar unos instantes.
El camarero se le quedó mirando por un instante, seguramente extrañado de tan inesperado pedido de aquella mujer atractiva, elegante, algo nerviosa, y que portaba una importante maleta, aunque por su acento no era turista.
—Champán, bien, ¿alguna otra cosa?
—Nada más, y por favor que sea rápido, no tengo mucho tiempo.
El tiempo, ese gran dramaturgo que nos otorga papeles a los que cada uno no se presenta por propia voluntad.
Volvió a mirar el móvil. Todo iba bien. La cita no había sido cancelada y solo faltaban quince minutos para las cinco. Le temblaban las manos y tenía la boca seca. También los ojos y la garganta. Había llorado todas las lágrimas; solo así evitaría que se le escapara alguna mientras hacía lo que tenía que hacer.
El camarero destapó la botella de champán y le llenó la copa. Cerró los ojos al sentir el cristal frío en los labios y el líquido burbujeante rasgando su alma encogida. Aún estás ahí, maldito seas. Al fin y al cabo amar es como pasear por un acantilado: te puedes caer al vacío al pisar en falso o te pueden empujar al abismo del más profundo dolor.
Los minutos comienzan a arrastrarse hacia el final de una historia, de su historia de amor. Quizás sea puntual, y lo es. Acaba de entrar. Más joven que ella, aunque no tanto, ni bonita ni fea, ni alta ni baja; una mujer común. Levanta una mano para llamar su atención, pues la fulana no la conoce personalmente, aunque sin duda escuchó hablar de ella más de una vez. Se acerca sonriente. Es curioso pero no siente nada por esa mujer; ni rabia ni rencor, nada.
—Buenas tardes— dijo la recién llegada—. Yo soy…
—Sé quien eres y con quien te acuestas. Lamento haberte traído hasta aquí haciéndome pasar por otra persona, pero era la única manera que encontré para poder entregarte esa maleta, que ahora te pertenece.
—¿Quién es usted? —preguntó mirando con temor la maleta al lado de su silla.
—Soy la mujer de tu amante. No temas, no voy a hacerte daño —le dijo al ver que la otra se levantaba intempestivamente—. Siéntate y escucha. En ese maleta están algunas pertenencias del que hasta hoy fue mi marido. El resto se quemó… accidentalmente.
Ahí hay un par de calzoncillos sucios y algunos calcetines que no tuve tiempo de lavar. Entenderás que luego de que ayer los viera tan juntitos y satisfechos no me dieran ganas de poner la lavadora. También hay varias camisas sin planchar y la ropa que usó en el gimnasio. Además te traje las gotas para no roncar, que mucho efecto no le hacen, te soy sincera. Apuesto a que contigo no las usa, claro qué tonta, es que contigo no duerme, solo pasa unas horas de sexo desde hace ¿un año? Hay algunas cosas más, pero para qué extenderme en algo que ya irás viendo por ti misma. Ah, también metí en la maleta el portarretratos en el que estuvo la foto de nuestro casamiento y ahora contiene el número de teléfono de mi abogado. Bueno, si es lo que querías ya tienes el paquete completito. Que te aproveche. Te dejo el champán para que brindes por tu nueva vida, por la mía ya lo hice yo.
Se levantó, echó una mirada a la maleta y otra a la estupefacta mujer que en ese mismo momento dejaba de ser una idealizada amante clandestina, y salió a la calle para mezclarse con el río de individuos que marchan en procura de la felicidad.

miércoles, 20 de enero de 2010

Ayer, hoy y mañana



Ayer me invadió la tristeza ¿acaso no te lo dije?
No, ya sé que no pude, que solamente lo pensé.
Las palabras murieron en mi boca y tú no
quisiste ver mis ojos ateridos de tristeza.
¿Acaso sabes por qué?
No, no lo creo, estabas tan lejos de mí,
tenías esa mirada tan fría, tan ausente, tan ajena.
Hoy no quiero llorar, pero estoy llorando.
Un frío extraño recorre mi carne entumecida de ausencias.
Sin embargo no pregunto, aún no me atrevo a la respuesta.
¿Y mañana? ¿Qué haré mañana?
¿Qué harás cuando amanezca, amor,
con la vida que nos prometimos?


Gotas de lluvia

Incontables gotas de lluvia deciden morir en mi ventana. Se estrellan con furia para luego resbalar en un largo dejarse ir.   Cal...