jueves, 26 de noviembre de 2009

Carta en perspectiva


Intentando poner un poco de orden en mi ordenador fue cómo encontré, entre cientos de archivos, varias cartas que nos mandábamos con mi amiga Carmen Carballo (vive en Galicia), en un tiempo en que las dos andábamos algo desnortadas en nuestras respectivas vidas. La que sigue es una de ellas, y me sorprende gratamente mirarme desde la perspectiva de los nueve años transcurridos y ver que no fueron en vano, que aunque dudé en la encrucijada, creo estar ahora en el camino correcto, y si no, siempre se puede cambiar de rumbo.


Buenos Aires, 4 de diciembre de 2000


Querida Carmeliña: esta vez no te estoy escribiendo sentada frente a mi ordenador. Estoy sentada, sí, pero en un cómodo banco de un hermoso lugar que se llama El Rosedal, ubicado en los bosques de Palermo, pulmón verde de la Ciudad de Buenos Aires. Como su nombre lo indica, estoy rodeada de preciosos rosales, que miran, como yo, al lago apenas navegado en esta soleada mañana de lunes del recién estrenado diciembre.

Este es uno de los poquísimos lugares que quedan de esta convulsionada ciudad bien cuidados, y donde aún se puede disfrutar de una cierta calma. Lástima las rejas que lo circundan, fiel reflejo de los tiempos que malvivimos por estas comarcas, donde el pillaje anda suelto gozando del libertinaje con que lo premian a diario. Mientras, los ciudadanos que queremos trabajar, estudiar y vivir en paz, estamos con nuestras casas enrejadas, “resguardados, presos del miedo, de la impotencia ante tanta violencia e irracionalidad desatadas.

Como ya te dije, querida amiga, es día de semana, así que casi no tengo compañía; sólo algunos patos recorren la orilla del lago, y tres o cuatro personas esparcidas por aquí y por allá, de las que sólo una llama mi atención; es un anciano que se pasea contemplativo entre las rosas, intentado con dignidad, no exenta de un evidente esfuerzo, que su cuerpo le obedezca a sus ganas, que parecen empujarlo más allá de los años que lleva encima. Pasa al lado del busto de Rosalía de Castro sin prestarle atención, quizás porque lo observó en otras ocasiones, quizás porque no le interesa, o puede que ni siquiera escuchara hablar de nuestra insigne poetisa.

Al ver a este hombre, viajero de la última estación de su vida, me pregunto (porque no me atrevo a preguntárselo a él) si estará satisfecho de lo vivido, si le pesarán esas deudas que casi todos contraemos con nosotros mismos, y que es posible ya no tenga tiempo ni fuerzas para inscribirlas en el haber de su vida; quisiera preguntarle cuántos sueños marchitos guarda, apretados y descoloridos, entre las páginas del libro de su añosa vida, si se arrepiente de no haberlos liberado, de no haberlos conquistado...

En fin, que el desconocido desapareció de mi vista arrastrando los pies cansados, pero las preguntas siguen dando vueltas en mi cabeza mientras intento ordenarlas en el bloc de papel para ser medianamente coherente en mis reflexiones y tú me puedas entender. Hace mucho que no escribo una carta tan larga directamente en el papel sin la posibilidad que nos da el ordenador de corregir y modificar al instante. Es una práctica que tendríamos que recuperar para ejercitar más la espontaneidad.

Pero me estoy apartando de los pensamientos que la figura del anciano me inspiró, acaso porque tiene mucho que ver con mis miedos, que no se relacionan ni con la vejez ni con la muerte. Me refiero a llegar a “esa etapa de la vida soportando el peso de los años y de pronto darse cuenta de que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que abrimos el cajón de los sueños, ni tan siquiera para revisarlos; de que el compartimiento de los proyectos está vacío porque ya no hay ganas de llenarlo, y entonces el tiempo que nos resta lo dedicaremos a deambular por el último andén mirando, sin querer ver, la figura de un temido tren: el último.

A lo mejor para el anciano que llamó mi atención no es tan así, y aún tiene objetivos y sueños que espera cumplir; a lo mejor son mis propios miedos los que hablan. No lo sé. De momento siento un inmenso placer de estar en este lugar que invita a la calma y a la reflexión, escribiéndote e intentando poner en orden esta etapa de mi vida, a la que podría llamar “la estación intermedia.

Esto de estar en medio de todo y de nada últimamente se me hace recurrente, como si un invisible reloj biológico me pusiera en medio de una encrucijada, con varios caminos: uno, donde veo pisadas pequeñas, alegres huellas de infancia, que se cortan abruptamente, dolorosamente; también hay otro, muy recorrido, vivido y malvivido, donde estoy parada, rodeada de los afectos; pero hay un sendero, virgen, intransitado, hecho a la medida de mis pies, que parece unirse en el horizonte de mi vida con aquel otro de las huellas pequeñas. La idea de recorrerlo, sólo la idea, me estremece de felicidad.

Miro a mi alrededor y me dan ganas de instigar a cada uno de los escasos paseantes de esta mañana soleada a pararse en “su encrucijada, a que sean conscientes del paso del tiempo, de los caminos recorridos, pero también de los no recorridos, de los que esperan ser fecundados por nuestros pasos, de los que aguardan a que nosotros nos atrevamos a vivirlos.

Creo que ya es hora de volver a la realidad, querida Carmeliña, y a mis deberes terrenales, abandonados por unas horas, esta vez sin ninguna culpa, consciente del desgano terco y creciente que me empuja a alejarme de “la fábrica de tareas repetidas. Esa rutina agónica y sin emociones donde sin darnos cuenta enterramos lo mejor y más valioso de nosotros mismos.

¿Qué es la vida sin los pequeños placeres que alimentan el espíritu, que aligeran el alma? Una cáscara vacía, seca y desteñida... Espero querida amiga no contagiarte mi melancolía, justo ahora que tú estás recomponiendo exitosamente las piezas sueltas del alma, y sobre todo desechando las que te sobraban. Me alegro, no sabes cuánto me alegro de que hayas logrado tan buenos resultados, a juzgar por tu carta.

En algo así ando yo, tarea ardua si las hay para la que se necesita, entre otras cosas, coraje, decisión e inteligencia, cualidades que a ti te sobran y que espero que a mí no me falten. Tendré que averiguarlo. Lo único que tengo claro es que no quiero encontrarme de golpe viendo llegar el último tren y darme cuenta de cuántas señales ignoré, cuántos llamados desoí, cuántos horizontes no traspasé, cuántos ríos dejé de navegar, cuántos senderos no recorrí.

No es casualidad que en este instante me venga a la memoria una viejecita maravillosa, a la que todos le decían doña Lila, emigrada a la Argentina desde su recordada y amada Madrid. Ella fue mi vínculo visible y palpable con España apenas llegué a Buenos Aires, pues éramos vecinas. Me gustaba escucharla relatar sus anécdotas de cupletista, aunque nunca quiso decirme por qué si le iba tan bien en su Madrid emigró apenas cumplidos los 25 años. Doña Lila vivía encerrada en su cuarto, desangrándose en recuerdos y rodeada de abanicos, peinetas, castañuelas y unas mantillas que a mí me deslumbraban, mudos testigos de un pasado que ella atesoraba con amor.

De tantas tardes que compartí con ella me quedó grabado su dolor porque no iba a poder morir en su tierra, y una frase que siempre repetía: “No me pesa la vejez, me pesan los sueños muertos. Pasaron muchos años para que entendiera fielmente el sentido de sus palabras, dada mi corta edad de entonces. Cuando los sueños se mueren, y se pudren dentro de nosotros, no hacen más que contaminar nuestro diario vivir e, indudablemente, como le pasó a doña Lila, interfieren, molestan y llenan de amargura la vejez. Yo aún no llegué a esa etapa, pero haré todo lo posible para que no me pase lo mismo.

Te dejo hasta la próxima queridísima amiga; me gustó esta experiencia de escribir cartas al aire libre. Prometo hacerlo más seguido. Me voy satisfecha de esta mañana, que huele a futuro.

Recibe mi cariño de siempre junto con un fortísimo abrazo, mientras espero noticias tuyas.

Carmen


lunes, 23 de noviembre de 2009

Un bolero con perfume Old Spice

El día pintaba como uno de tantos en los que Fernanda salía con el tiempo justo para llegar en hora a la oficina, así que tuvo que echar una carrerilla para alcanzar el autobús. Se alegró de que no estuviera tan atiborrado como era habitual. Si bien iba a viajar parada no lo haría apretujada con otros sufridos congéneres que cada mañana se dirigían a sus tareas.

Pura rutina de un día rutinario, excepto por aquel detalle que la sorprendió no bien terminó de pagar el pasaje. Un algo impalpable, aéreo, transparente, familiar se metió en su nariz e inmediatamente sacudió las tinieblas de sus recuerdos.

Una leve sonrisa le subió hasta los labios, que recordaron y lo recordaron. Toda ella evocó ese perfume venido de lejos: Old Spice, inconfundible en su memoria. Con estudiado desinterés fue recorriendo el autobús buscando en cada hombre que poblaba el estrecho corredor a quien aún usaba la clásica y obsoleta fragancia que la hizo regresar en el tiempo ¿treinta años?

De pronto sintió una inmensa curiosidad por identificar al dueño de aquel aroma, acaso queriendo encontrar en él al que aquella noche se despegó de todos los demás para dirigirse hacia ella sonriente, elegante en su traje oscuro: ¿bailamos? La contestación no hizo falta porque ya tenía un brazo rodeando su cintura mientras una mano cálida tomaba la suya. Y qué bien olía… Su perfume y sus ojos verdes se le metieron en los sentidos y en su corazón mientras convocaban al amor al compás de un bolero… ¿Cómo se llamaba? Sin poder evitarlo comenzó a tararear la melodía con la boca cerrada y todos los sentidos trabajando a destajo, hasta que dio con el nombre. Contigo, ése fue el primer bolero que bailaron juntos, cantado por el Trío Los Panchos y perfumado con Old Spice.

Al llegar al fondo del autobús se dio cuenta con desilusión que ninguno de los que viajaban parados como ella era el dueño de su repentina obsesión. Quizás fuera alguno de los que estaban sentados, pensó, y entonces volvió sobre sus pasos y los miró uno por uno siguiendo la estela imprecisa de la vieja colonia que volvía desde el fondo de los tiempos trayéndole una imagen, un rostro, una sonrisa, una música, un gran amor desnudándola en el querer adolescente.

Qué pasa contigo mujer, se preguntó. Por un instante había fantaseado con la idea de encontrarlo allí, perfumado de Old Spice, esperándola para decirle que nunca la había olvidado.

Hubiera sido hermoso, pensó mientras bajaba del autobús y retrocedía las calles que había hecho de más, presa de un aroma que despertó aquel sentimiento adormecido del primer y gran amor. Que fue, intenso y profundo, pero que luego no pudo ser.

Hay amores que nunca se abandonan, que no habitan el olvido, que siempre vuelven, como los salmones bogando río arriba, a veces, en una corriente de Old Spice.

lunes, 16 de noviembre de 2009

¡Socorro! Un fontanero "okupa" mi casa

Fontanero, plomero, gasista, el nombre da lo mismo. El caso es que desde hace veinte días un señor entendido en casi todo ha invadido mi casa, se ha apoderado de ella y de mi vida ¡y no termina de irse!
¿Alguien puede decirme cómo deshacerme de él? No, matarlo es en última instancia, además no me gusta la violencia.
Yo solamente lo llamé para que sacara mi vieja cocina e instalara la nueva... Tan sencillo como eso. ¡Qué ingenua soy!
Una vez que el manitas-plomero se mete en nuestra casa todo se desajusta, se rompe, se transforma. Como la nueva cocina era apenas un centímetro más ancha que la anterior, pues entonces “¡hay que cortar”!, dijo muy serio. ¿¡Cortar qué!?, grité como si me fueran a amputar una parte de mi cuerpo. “El mármol, el mueble, los cajones…”. ¡Bueno, bueno, y supongo que eso es todo!
El muy canalla me miró con cara de “¡qué inocente eres!”, y concluyó: “también hay que pintar, cambiar las manijas para que todas sean iguales, etc., etc…”.
¡Estoy en sus manos! Mis tiempos tuvieron que ajustarse a “sus” tiempos, y lo que es peor, mi presupuesto se desajustó a sus honorarios como cinco veces más de lo que eran en un principio.
A estas alturas, con “mi” cocina invadida por un extraño —que ya no lo es tanto— pienso que me saldría más barato casarme con él y disfrutar de su extraordinaria paga, por lo menos si es mi marido le puedo discutir o convencerlo de alguna manera (o de varias, según el empeño que le ponga) sin el peligro de que se vaya y me deje en obras. En cambio, el fontanero-plomero a la primera de cambios se ofende y desaparece para nunca más volver. ¡Y con el trabajo que me costó conseguir un turno en su apretada agenda!
Si hay alguien que me pueda dar alguna idea de cómo hacer que este “arreglatutti” se vaya por las buenas y yo pueda volver a tomar el mando de mi lugar preferido de la casa, que es mi cocina —y no porque me guste cocinar, aclaro— se lo agradecería mucho.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Ese hombre




Ama al hombre que se respete y te respete.
Al que te diga que estás hermosa justamente
“ese” día que tú te sientes la peor de todas.
Al que te pregunte: "¿qué quieres comer hoy? Yo cocino".
Al que te abrace sin que se lo pidas.
Al que te regale una flor… porque sí.
Ama al hombre que comprenda e interprete tus silencios,
tus miradas y esas sonrisas que no llegan a los ojos.
Al que comparta tus sueños, aunque no sean los de él.
Al que no le importe si aumentaste “esos” kilitos o tienes celulitis.
Ama al hombre que te diga cuánto le importas
y lo afortunado que es por tenerte a su lado.
Al que te escuche con atención pese a que
lo que estés diciendo no sea la verdad iluminada.
Al que se alegre de tus logros y te impulse en tus proyectos.
Al que te diga siempre la verdad, por mucho que duela.
Al que cuando te presente a sus amigos diga orgulloso: "Es ella...".
Ama al hombre… que te ame.







lunes, 9 de noviembre de 2009

Mi testamento público

Muchas veces le he dicho a mi familia lo que quisiera que hagan con mi cuerpo cuando muera, pero siempre con palabras al aire, y como tal son tomadas, ya que a nadie le gusta escuchar hablar de la muerte.
Ante un hecho que me ha tocado vivir en estos días tomé la firme decisión de dejar por escrito cómo quiero que me traten cuando mi vida llegue a su fin, que espero que sea dentro de muchos años.

A mi familia, a mi pareja, es decir,
a mis amores:


En cuanto mi alma abandone el cuerpito que Dios me dio, éste será convertido en cenizas inmediatamente y puesto en una caja transparente (recuerden que soy claustrofóbica) que presidirá la fiesta que me será dedicada.
Porque quiero una fiesta y no un velatorio como despedida de la que fue mi vida terrenal. A esta reunión festiva concurrirá la gente que me haya amado (poco, mucho, no importa pues no vamos a andar midiendo el cariño) y que sientan que mi paso por sus vidas les dejó una huella de amor, de simple afecto y de mucha alegría.
Deseo que en una pantalla grande se pasen imágenes de mí, feliz, emocionada, contenta y riéndome a carcajadas como me gusta (el presente es obvio, todavía estoy por aquí y no puedo verme en pasado) y rodeada de mi familia, de los seres que amo, es decir de “mis amores”, como yo les digo. También quiero música: rock, algún bolerito, el sonido de una gaita, que no falte la pandereta, una rumbita catalana, pero siempre bien arriba el ánimo, que esto-aquello no es-será un velatorio, repito.
Si quieren bailar, me encantaría que lo hicieran, pues ya saben lo que me gusta mover el esqueleto al compás de la música. Y algo para comer no viene mal en una fiesta que se precie, pero sobre todo lo que no tiene que faltar en generosas cantidades es un buen vino para brindar por mí, por los presentes, por los ausentes, por la vida, por lo que quieran pero siempre bien arriba esa copa, que mi paso por este mundo merece un brindis y no una lágrima, creo yo. Y los que no piensen lo mismo que se vayan a un velorio de cuerpo presente, llantos sin fin y mucho café.
Luego, cuando lo crean conveniente, esparcirán una parte de mis cenizas allí donde nací, en el monte alfombrado de helechos, flores y árboles que dan sombra, cerquita si es posible donde también está mi madre. Lo que quede (lo dejo a vuestra consideración, que otro remedio me queda) lo esparcirán donde quieran y les parezca que va con lo que fueron mis gustos en vida.
Si quieren extrañarme son libres de hacerlo pero les ruego que no lo hagan con tristeza, pues eso agobiaría mi alma allí donde se encuentre. Los amo demasiado como para que la última de mis acciones les agregue un dolor a sus vidas.
Ah, espero que lo cumplan, porque ya saben lo pesada que me pongo cuando se me contradice.
Los amo más de lo que suponen

PD: Adiós tía Dolores. Mi homenaje para usted, mujer valiente, generosa y solidaria. Gracias por dejarme el ejemplo de su vida, de su fortaleza y la luz de su sonrisa.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Huir


Hoy quisiera huir, pero no sé a dónde.

Entonces me quedo quieta, paralizada,

aún sintiendo unas irrefrenables ganas de huir

del afuera violento, intratable, mentiroso y repugnante.

Huir a donde el miedo no me alcance,

a donde la violencia no sea una costumbre,

a donde la desfachatez no se premie,

a donde no se cercenen las libertades.

Huir de los bárbaros y de la barbarie.

Huir a donde la estupidez no sea un dogma.

Huir quisiera, pero ¿a dónde?

Gotas de lluvia

Incontables gotas de lluvia deciden morir en mi ventana. Se estrellan con furia para luego resbalar en un largo dejarse ir.   Cal...