lunes, 27 de julio de 2009

Las cartas calladas



La casa está en silencio. Nada se mueve, excepto su mano empuñando el bolígrafo. Las palabras calladas, mudas van cayendo sobre el papel y luego rebotan en su cráneo con un sonido ensordecedor, que no parece afectarle al hombre que la mira sonriente desde la fotografía que preside la mesa.
“Muchas cosas me vienen a la cabeza, al galope, mientras la noche va entrando silenciosamente por mi ventana como una mariposa negra, mediocre, igual a todas las noches en que me abraza tu ausencia, con ese apretar de pena honda y profunda que hace doler la sangre”.
Afuera solo se escucha el soplido del viento en el violín de los pinos. Su mano dibuja palabras que duelen, que no quiere escribir, pero ya es hora, esta vez sí.
“En la espera siempre hay un rumor a margaritas rompiéndose, desgajándose en un tiempo que no va a ningún lado, porque solamente está hecho de vigilia. No es necesario que te diga que en el paisaje de mis noches sin ti todo es silencio y soledad, ese sentimiento inútil, sin destino, que me hace ver mi propia pequeñez, mi impotencia, hasta sentir que se me rompe el alma y solo tú puedes recoger los pedazos”.
Se detiene para enjugar las lágrimas que no le permiten ver. Está cansada, derrotada por sus sentimientos.
“Después de está noche borraré para siempre el inmenso reloj que en las paredes del firmamento marca las horas sin ti. Es necesario, amor. Dentro de poco, cuando amanezca, comenzaré a verme más allá de tus fronteras, a recostarme en la realidad de no tenerte. Dejaré de escuchar tus pasos ligeros, ansiosos, penetrando el corazón de la noche y del mío. Cada vez que vuelves a mis brazos a mi soledad le crecen alas, pero ¿y después? Ya no quiero más este amor a retazos”.
Se levanta, recorre la habitación poseída de contradicciones y luego vuelve al papel, a la foto que le sonríe. Mira sus manos, humildes proemios de su espíritu quebrado, y les pide que sigan escribiendo las palabras que su boca se niega a decir. Es que no puede, allí aún están sus besos, tibios, largos, absolutos, cargados de ansiedades, síntesis de todas las esperanzas, desafío a la muerte.
“Después de esta noche dejaré de esperarte. No he dejado de amarte, lo sabes; aún estás dentro de mí y fuera de mí, atrapado en mis pensamientos que te piensan con los ojos y los oídos, con las manos y con los pies, con la boca y la nariz, pero ya no puedo ni debo esperarte. Cuando amanezca, será el primer día de mi vida sin ti. Necesito... ¿sabes acaso lo que yo necesito?”.
El timbre del teléfono la sobresalta. Es él, se lo dice cada milímetro de su piel. No atenderá. Esta vez está decidida, se acabó. El teléfono sigue sonando, sonando… Lucha consigo misma, se defiende, resiste, claudica, se rebela, “quizá sea otra persona”, se engaña. Y atiende.
—Hola amor, pensé que no estabas —su voz la desarma.
—Siempre estoy, sin embargo...
—Voy para allá, me queda un ratito para estar juntos —dice antes de cortar la comunicación, sin intuir su angustia.
Se seca las lágrimas con el dorso de la mano. Agarra el papel lleno de palabras inútiles, lo dobla y lo mete dentro de un sobre. Se dirige a su habitación y saca del placard una caja grande; la abre y guarda la carta, otra más. Pero cuando va a poner la caja en su lugar, se detiene. Un pensamiento la atraviesa entera. Como si practicara un antiguo ritual vacía lentamente la caja encima de la cama. Cientos de sobres blancos llueven sobre el lecho vacío.
El ruido del motor de un coche le anuncia que él está llegando. Si dirige a la puerta despacio. Ya no tiene prisa.
“Ojalá esta noche me prepare algún sofisma que me permita, mañana, no recordar nada que no tenga remedio”.

martes, 21 de julio de 2009

A la mujer en el espejo



Llueve y me atrapa la melancolía. No la tristeza, sino una dulce melancolía invernal.
Te queda muy bien ese nuevo color de pelo. ¿Te lo dije esta mañana? Lo importante es que no cambiaste porque estuvieras deprimida, angustiada, decepcionada, perdida en ti misma sin saber cómo encontrar el camino de regreso al centro de tu alma. Esta vez es solo porque te gusta cambiar, porque te asusta la rutina, porque sí, porque te la gana.
Llueve como una plegaria, sobre el árbol desnudo que custodia mi ventana, sobre el asfalto, sobre las plantas de mi balcón, sobre mi melancolía y la tuya. Y ahora que lo pienso, es un buen momento para pedirte perdón. Sí, de verdad, deja ya esa sonrisa irónica, escéptica. Perdón por las veces que te insulté de la peor manera desde este lado, por los días que te hice llorar, perdón por exigirte hasta el límite de tus fuerzas solo para que los demás te vieran tal cual ellos querían verte. Perdón por olvidarme de ti cuando más me necesitabas. Perdón por no quererte lo suficiente, por castigarte, por culparte de casi todo.
Pero eso ya pasó ¿verdad? Ahora, en este ahora, te quiero y te acepto tal cual eres: rebelde hasta la tumba, irónica, temperamental, miedosa, generosa, confiada, solitaria, alegre, malhumorada, intolerante con la estupidez humana, con los injustos, con mi tío el misógino, con los que se te pegan a la nuca en la fila del supermercado, con los que no aceptan un solo “NO” por respuesta, con los intolerantes…
Estamos en sintonía, al fin, compañera de todas las rutas. No podría ser de otra manera. Somos las herederas de Los Beatles, luchadoras incansables, atrevidas ante la vida, mujeres que saben recoger los pedacitos de sus amores contrariados y armarlos nuevamente, cada día.
Llueve como si el cielo no tuviera otra cosa que hacer. Tanto así que parece que están buscando dos ejemplares de cada especie para subirlos al Arca.
Y ahora tengo que dejarlos; están tocando el timbre de mi puerta.

jueves, 16 de julio de 2009

La servilleta del bocazas



Una mudanza es mucho más que cambiar de casa, hogar, domicilio, residencia, vivienda. Varias palabras para definir el lugar que mejor conoce nuestros secretos más íntimos.
En eso andaba hace unos días mi amiga Paula, y como sé lo estresante que puede resultar mudarse (yo pasé por eso varias veces) el día anterior al traslado fui a ayudarla en el agotador trabajo de empaquetar, poner en cajas, canastos, etc., todo aquello que llevarían la nuevo hogar. Lo que más le dolía a mi amiga era que muchas de las cosas que había guardado por tener mucho lugar disponible y no porque fueran necesarias, tendría que dejarlas.
El apartamento a donde se mudaban, si bien es cómodo no lo es tanto como para seguir acumulando “recuerdos”, según Paula, o “porquerías”, según su marido desde hace treinta años. Y ahí es cuando comenzaron las discusiones entre el matrimonio. No había manera de que se pusieran de acuerdo sobre qué dejar y qué llevar, hasta que Roberto decidió tomarse un descanso y con un soberano portazo anunció que estaba harto y que necesitaba tomar aire.
Cuando nos quedamos solas, Paula me pidió que la ayudara a bajar de los más alto de un placard unas cajas —cuatro o cinco—, prolijamente forradas de papel de colores. Una por una las fuimos abriendo. Fotos de presentes y ausentes, testimonios del tiempo transcurrido. “Mira, éste es el pelo de Ariel, cuando lo rapamos por primera vez; y ésta es la invitación de nuestro casamiento; y este lápiz labial es el primero que tuve, ya está seco; y este osito de peluche es el primer regalo de Roberto; y esta pulsera me la hicieron los chicos en el jardín de infantes”. En aquellas cajas mi amiga atesoraba el pasado como una reliquia. Había de todo: estampitas de santos, crucifijos, botones ¿?, entradas de cine, relojes detenidos en un tiempo lejano... Paula recordaba la historia de cada objeto, hasta que dimos con una cajita que abrí por tenerla más cerca. ¿Y esto qué es?; pregunté al tiempo que sacaba entre la punta de mis dedos una servilleta de papel arrugada y doblada de mala manera.
Era el primer objeto de aquella tienda de antigüedades que Paula parecía no saber de qué se trataba. Seguramente tiene un número de teléfono, le dije mientras trataba de alisar el papelucho, pero no me era posible porque estaba pegoteado con algo marrón que ya estaba seco y reseco.
—¡Ya sé! —gritó mi amiga—. Es la servilleta de Juan Carlos, la de la torta.
Entonces Paula me contó que el tal Juan Carlos era un bomboncito que la tenía loca de amor, cuando ella andaba por los 17 años y el despuntaba los 18. Como eran vecinos, ella lo vigilaba día y noche, lo seguía, lo acosaba, pero él no le daba ni la hora. Hasta que un día, vaya uno a saber por qué razones o sinrazones, Juanca le dijo que la invitaba a tomar algo en un barcito que estaba a la vuelta de la casa, que no era lo más adecuado para una primera cita de amor, pero eso a ella no le importaba, porque iba a estar con ÉL, y hasta quizá la besara, y le diría cosas bonitas al oído.
Total, que el bomboncito se la llevó al más que humilde bar, se comió su pedazote de torta de chocolate y siguió con el que ella no había podido probar —porque ya sabemos que el amor quita el hambre—, y luego le zampó muy tranquilo y satisfecho: “ya sé que estás enamorada de mí, pero quiero decirte que yo nunca podría salir contigo porque no me gustan las chicas que no tienen tetas, o casi, como se ve que es tu caso. Me gustan las mujeres de tetas grandes, así que no pierdas el tiempo conmigo”.
Y con la misma se limpió la bocaza con la susodicha servilleta, que solo le alcanzó para sacar los rastros de chocolate pero no la sarta de estupideces que dijera aquel aprendiz de hombre, y se fue dejando a la inocente Paulita con un trauma en su incipiente orgullo de mujer. Después de llorar hasta agotarse y refregarse en los morros mil veces la inmunda servilleta, supliendo los besos que él no le diera, la guardó y solo se olvidó de ella (y del bomboncito) cuando se hizo el mejor par de tetas del mercado mamario, y salió al mundo con la seguridad que antes le faltaba.
Después de reírnos un buen rato, Paula sonrió con malicia y me puso al tanto de lo que pensaba hacer, que no era otra cosa que buscar por cielo y tierra al engreído que la llenara de humillación, y después de mostrarle su generoso escote perpetrar la más dulce de las venganzas, que ya vería cuál y cómo.
Todavía no lo encontró, pero no tengo dudas de que si está vivo va a dar con él. ¿Estará pelado? ¿Será un gordo barrigón? ¿O todavía quedará algún resto de aquel bombón apetecible?
Cuando llegue el momento ya les contaré.

miércoles, 8 de julio de 2009

Muchas palabras y pocas verdades



Palabras, palabras y más palabras.
Inteligentes, estúpidas, informadas, desinformadas, contradictorias, repetitivas. Desde hace casi dos semanas los argentinos sufrimos un vendaval de palabras de boca de expertos y seudoexpertos en virus, que desde la pantalla del televisor nos explican cómo lavarnos las manos, con jabón, con alcohol (con gel o sin), cómo estornudar de manera ¿correcta?, apuntando a nuestro antebrazo (qué asco!!!) nuestras secreciones y posibles virus, y si usamos pañuelos de papel (lo habitual, digo yo) desecharlos en una bolsita de plástico.
Bla, bla, bla, bla, bla
¿Y lo del barbijo? (tapaboca, mascarilla, según de donde sea). Ah, eso es para hacer una tesis. Unos dicen que no sirven para nada, que si lo queremos usar como placebo, allá nosotros. Otros aconsejan que “solo” lo usen los que estén enfermos, es decir casi como un estigma, cosa que cuando suban a un autobús o entren al supermercado, todos lo señalen con la impiadosa mirada de “¡está enfermo!”. Pero también los hay —me refiero a los “expertos”—, que opinan que pueden servir pero solamente si son de buena calidad, con no sé cuántos hilos en la trama.
Bla, bla, bla bla bla
¡Dios, a quién le creemos! Aunque en realidad lo tenemos fácil porque no se consiguen barbijos, ni buenos ni malos, en ningún lado. Bueno, en algunos sí, por ejemplo en los semáforos donde los oportunistas de siempre, inescrupulosos de la peor calaña, los ofrecen acompañados de una botellita de alcohol con gel, por el módico precio de ¡3 pesos!, eso hoy miércoles por la mañana. ¿Y yo qué hago con mi barbijo? ¿Me lo pongo, lo archivo en el cajón de los recuerdos, lo revendo al mejor postor, se lo regalo al carnicero que ayer estornudó encima de “mis” churrascos?
Mañana es feriado nacional y el viernes decretaron “feriado sanitario” para la administración pública. ¿Qué es un feriado sanitario y a qué nos obliga semejante título? Pues según. El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires no adhiere al asueto, así que en la Capital todo el mundo a trabajar, que no estamos para alimentar vagos hipocondríacos. Pero por otro lado ahí están lo “expertos” que nos dicen que ni asomemos la nariz fuera de nuestra casa, que invernar es lo mejor para evitar la gripe. Claro que también escuché esta mañana decir a un funcionario del gobierno de Mendoza que ¡nada de quedarse en casa! Hay que aprovechar estos días para hacer turismo, viajar (si es a Mendoza mejor), que lo mismo nos podemos contagiar del virus de la gripe A en un hotel, en una pista de esquí, en un sauna, que en nuestra propia casa. Es decir, que cada quien haga lo que se le venga en ganas, que para eso somos grandes, y si nos contagiamos, la responsabilidad es nuestra por haber elegido la opción equivocada. ¡Cuántas contradicciones!
Yo me pregunto: en lugar de decirnos cómo lavarnos las manos o dónde meternos el barbijo ¿por qué no implementan una política sanitaria eficiente y coherente en todo el territorio nacional? ¿Por qué aunque sea por UNA sola vez no nos dicen la VERDAD, sin distraernos con obviedades más propias de un jardín de infantes que de una sociedad madura? O eso creo, lo de madura, digo.
Me aterra más la mansedumbre de los buenos que la hijaputez de los malos.

domingo, 5 de julio de 2009

Ya te estoy extrañando, Galicia!!


En la pulpería Os Concheiros, cerquita de la estación de autobuses de Santiago, se puede saborear un exquisito pulpo, regado con el infaltable vino de la casa. Aquí nos acompañan a Orlando y a mí, mi amiga Maruxa y su hija Rocío. El marido de Maruxa, Eduardo, está sacando la foto.


Cómo me gusta tomar unhas tapas neste sitio da Rúa do Franco de Santiago!




En el histórico restaurante Asesino de Santiago se come muy bien aunque te asesinan un poco el bolsillo.

Seguramente estarán pensando que lo único que hago cuando voy a Galicia es comer.
Pues si bien es cierto tan bien lo es que disfruto de todo cuanto hay en mi querida y añorada tierra. No me pierdo de nada!


Este é O Busto, o pobo onde nacín. Mi lugar en el mundo.


Y sí, también hice el Camino de Santiago, desde O Cebreiro.



miércoles, 1 de julio de 2009

"Atreverse" a ir al teatro


Durante el mes de julio, mi primera (y única por el momento)obra de teatro llamada "Atreverse", se estará dando en el Teatro Luisa Vehil de la Ciudad de Buenos Aires, a cargo de la compañía "Alecrín", dirigida por Maisa Ouzande.
La verdad que no nos tocó una buena época, pues con la emergencia sanitaria a causa del virus de la gripe A la gente se está resguardando de concurrir a los espectáculos públicos. Pero bueno, ya está el compromiso con el teatro así que esperamos que los espectadores se "atrevan", tomando los recaudos que sean necesarios, pues van la van a pasar muy bien. Ojalá que "Atreverse" tenga el mismo éxito de su estreno en el Teatro Castelao, y siguientes funciones en distintas salas.
Es una obra que quiero mucho, quizá porque la escribí en una época conflictiva de mi vida, que también podía, y puede, ser reflejo de muchas mujeres, tengan la edad que tuvieren.
Lo que sigue es una reseña publicada en
http://www.alternativateatral.com/obra14193-atreverse.

Atreverse es arriesgarse en la vida para alcanzar lo que deseamos.
Cuatro mujeres de los años 60, que se proclaman hijas de una época de liberación y cambios, reciben una lección de la abuela que les dispara “O te subes a la vida con todos sus riesgos o solo te dejas arrastrar por ella, cómoda pero infeliz. Nadie puede ser libre por ti, nunca lo olvides”.
Ellas que se jactan de haber perdido prejuicios y mandatos, al compás de los Beatles, ya maduras adoptan nuevos valores sobre el amor, el sexo, la familia y la libertad.

“Atreverse” aguda reflexión y homenaje a las mujeres de todos los tiempos.



TEATRO LUISA VEHIL
H. Yrigoyen 3133
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfonos: 4861-3386
Viernes 3 - 21:00 hs - Del 03/07/2009 al 31/07/2009

Gotas de lluvia

Incontables gotas de lluvia deciden morir en mi ventana. Se estrellan con furia para luego resbalar en un largo dejarse ir.   Cal...